Históricamente, el apoyo al deporte y a los deportistas ha sido la ‘cenicienta’ de los presupuestos oficiales y de los gobernantes de turno. Gobernantes y políticos son los primeros que salen en redes sociales a celebrar a rabiar los triunfos de nuestros deportistas, pero a la hora de asignar los recursos económicos para la formación de ellos o para el mantenimiento de los escenarios deportivos se hacen los de la ‘vista gorda’.
Mientras dirigentes regionales se ufanan públicamente de los logros y victorias deportivas, a muchos deportistas les toca pagar sus participaciones en eventos deportivos a punta de rifas y venta de tamales y lechona. Otros, con totuma en mano, deben hacerle ‘cacería’ al alcalde de turno para que les brinde algún apoyo; algunos de estos supeditan el respaldo económico a si lo acompañó o no en campaña.
Obviamente, este no es un tema nuevo. También han sucedido casos en los que gobernantes se afanan en contratar multimillonarias obras deportivas, pero no les interesa si serán puestas al servicio, si está garantizada su dotación o mantenimiento.
El maltrato y la falta de apoyo hacia nuestros deportistas ha sido tal que muchos terminan marchándose de las regiones de las cuales son oriundos y competir por otros departamentos en donde el deporte tiene mayor preponderancia.
Este es, a grandes rasgos, el panorama pasado y presente del deporte que se vive en las regiones del país. Tal vez, por eso, no debe sorprenderle a la ciudadanía la crisis que está viviendo hoy Neiva en materia de escenarios deportivos. Las dificultades en su funcionamiento por las que atraviesan actualmente la Villa Olímpica, el Coliseo Menor de Voleibol, el estadio Guillermo Plazas Alcid y el Patinódromo, entre otros lugares de la ciudad, evidencian una vez más cómo alrededor del deporte local gravita la desidia y la ineficiencia estatal.