Como un contentillo previo a las fiestas de San Pedro, el presidente dejó entrever el cambio de al menos 7 de sus ministros para enfrentar este segundo tiempo que le queda en el poder. Una especie de recomposición de gabinete. De oxigenación de fuerzas políticas que salen y otras que ingresan a reforzar la radicalización ideológica, o por el contrario, mantener algo de centro en la toma de decisiones. Esta última, es la que verdaderamente ha hecho falta en estos casi dos años tortuosos de interacción con los contrapesos del poder.
Para empezar, las reflexiones sobre el cambio de más de 20 ministros en estos menos de dos años. Ello ya dice mucho. Bajas ejecuciones, no continuidad de políticas públicas, programas públicos en el camino a medio andar, desautorizaciones a unos y otros, incomprensiones en la carta de navegación de subalternos, improvisaciones de algunos coequiperos, escándalos, entre otros factores que han hecho de esta presidencia, única en los últimos 30 años. Poca cohesión de equipo.
Esto sin traer a colación todos los aspectos que han rodeado a este gobierno, que prometió el cambio, pero que este ni llegó, ni se vislumbró, y tal como están las cosas, ni llegará. Repito, el común, ha sido un camino tortuoso. Es una lástima. Mucha prédica, pero no se aplica. El mayor sueño cuando hay un cambio de gobierno, es la implementación de políticas públicas que impacten en los diferentes sectores de la administración pública. Es lo que perseguimos, quienes tenemos la responsabilidad del seguimiento a políticas públicas desde la academia.
En el inicio de esta administración, se perdió la posibilidad de promover el acuerdo nacional, los consensos, las agendas comunes por tratar de imponer el radicalismo, anteponer los espejos retrovisores o porque todo lo construido en estos 200 años de vida republicana no debió ser. La terquedad se impuso. Y en eso nos lo pasamos. Pero en el mejor de los mundos, pretender que en este segundo tiempo las cosas mejoren, es decir, que ese relacionamiento con los diferentes sectores liderados por el gobierno con los nuevos ministros que se designen, no está a la vista, ni se logrará, ni en el mejor de los mundos. El que es, no deja de serlo. Ya conocemos ese libreto desde la alcaldía de Bogotá. Al menos en el primer tiempo, se tenía la visión que no existía plan nacional de desarrollo, y por ello, se dependía de lo que dijera el primer mandatario o comunicara por sus redes.
Pero ahora, en este segundo tiempo, aunque se cuenta con carta de navegación, los intereses en la agenda estarán marcados, no solo por el desgaste político que le acarrea al gobierno, sino por otros derroteros: elecciones del 2026, principalmente. Esperemos no se pierda de vista, con el nuevo aire que den los ministros entrantes, la posibilidad de una tecnocracia en la ejecución de programas públicos. En otras, a gobernar.