Recuerdo haber entrado al estudio de mi padre y ver un pequeño panfleto amarillo en el borde de su escritorio. Era el mes de mayo del 2006, y poco o nada conocía del desarrollo político del país. Al margen izquierdo del panfleto, sonriente, figuraba el rostro del maestro Carlos Gaviria Díaz, y a su margen contraria, el eslogan de su campaña: “Por un país decente”. Hoy, nueve años después, el panfleto sigue intacto en el escritorio de papá, lo que claramente refleja el significado que tiene el exmagistrado para él, y en general, para todos los que entendemos la verdadera esencia del pensamiento liberal.
Hablar del legado de Carlos Gaviria Díaz en la realidad jurídica de Colombia sería deambular en lo indescriptible. Figuras como la de él, Alfonso Reyes Echandía, Fernando Hinestrosa Forero, Hernando Devis Echandía o Juan Carlos Henao Pérez, son para quienes nos formamos en el bello arte del Derecho, la equivalencia propia del deber ser; el punto de llegada al que debemos aspirar; el objetivo integral de la persona y del profesional con el cual debemos soñar. Tristemente seguimos despidiendo a nuestros gigantes, que como tales, deben partir de esta tierra a seguir siendo inmortales en cada texto, en cada párrafo, con cada idea; en la legitimidad de su criterio y en lo integral de su pensamiento.
La izquierda colombiana no había tenido una figura tan despampanante como él desde los años noventa. Fueron casi 25 años los que tuvo que esperar el país para volver a ilusionarse con un presidente de oposición. Probablemente fue Bernardo Jaramillo Ossa, el último estandarte de aquellos lineamientos políticos liberales. Ya se habían ido Jaime Pardo Leal, Carlos Pizarro León Gómez y Luis Carlos Galán, todos asesinados por balas mafiosas y paramilitares, amancebadas con la porquería politiquera que no permitirían un verdadero cambio al status quo.
Carlos Gaviria Díaz, Gustavo Petro Urrego, Jorge Enrique Robledo, Lucho Garzón y demás, formaron entre 2005 y 2006 al Polo Democrático Alternativo, una nueva forma de pensar la política nacional; integrando vertientes tan radicales como el MOIR y los vestigios de la Unión Patriótica, con ideologías independientes y liberales. Hasta ahora Gaviria Díaz ha sido el candidato de izquierda con mayor aceptación en la historia del país con casi tres millones de votos; y el Polo Democrático de aquel entonces, con él presidiéndolo, probablemente la más grande utopía de lo que debería ser un partido radicalmente de oposición: el trabajo que hizo el Polo desde el congreso en contra del segundo gobierno de Álvaro Uribe, logró conseguir resultados tan contundentes como el revelar la tan famosa “Parapolítica”, que hasta ese momento había pasado desapercibida para todos, entre otros.
Luego de retirarse de la magistratura y de haber perdido las elecciones presidenciales, Carlos Gaviria Díaz se dedicó a su otra gran pasión: la catedra. La verdad es que nunca la dejó, fue docente en la Universidad de Antioquia por más de treinta años, y probablemente uno de los últimos titanes en pisar un aula de clase, como invitado normalmente, de un sinfín de casas de estudios. En la Maestría en derecho público de la Universidad Surcolombiana tuvimos el honor de tenerlo, extasiando a los asistentes con su inigualable retórica; anonadando a los escépticos con su indomable espíritu demócrata. Porque mayormente eso fue el maestro, un demócrata en esencia.
Cuando uno aprecia alguno de sus textos, bien académicos o jurídicos, o tiene la oportunidad de ver sus conferencias a través de internet, muy fácilmente se da cuenta del criterio y la autoridad que tenía para hablar de temas jurídicos, políticos, sociales o filosóficos por igual. Cualquier faceta en la que se desenvolviera era dominada casi a la perfección con argumentos contundentes y fundamentados. Cuanto valor tenía el maestro, que hasta sus más acérrimos contradictores escuchaban en silencio cualquiera de sus intervenciones. Cuanto hay que aprender de personajes como él, en tantos campos de la vida.
Hoy cuando parte, obviando el destino de otros que de igual manera decidieron pensar diferente, pero dejando el mismo vacío en la mente de tantos que lo seguimos y admiramos, los agradecimientos son pocos por haberle entregado tanto a la patria. Integrante de los años de oro de la Corte Constitucional, tan devaluada últimamente; político integral; académico invaluable. Ojalá fuéramos más quienes hiciéramos el deber de buscar una formación intelectual así. Ojalá y fueran más los personajes que le dedicaran tanta pasión y entrega a su labor judicial, política o educativa. Ojalá y la historia le permita el reconocimiento necesario. Más allá de su tendencia ideológica, el mensaje de respeto y tolerancia que nos deja es una semilla que debe germinar en un mar de mentes y almas de tantos jóvenes desorientados y confundidos.
Paz en la tumba del maestro y eterno respeto a su memoria.