Abra bien los ojos

«En aquel tiempo, al pasar Jesús vio a un hombre ciego de nacimiento. Y sus discípulos le preguntaron: – «Maestro, ¿quién pecó, éste o sus padres, para que naciera ciego?» Jesús contestó: – «Ni éste pecó ni sus padres, sino para que se manifiesten en él las obras de Dios. Mientras es de día, tenemos que hacer las obras del que me ha enviado; viene la noche, y nadie podrá hacerlas. Mientras estoy en el mundo, soy la luz del mundo.» Dicho esto, escupió en tierra, hizo barro con la saliva, se lo untó en los ojos al ciego y le dijo: – «Ve a lavarte a la piscina de Siloé (que significa Enviado).» Él fue, se lavó, y volvió con vista. Y los vecinos y los que antes solían verlo pedir limosna preguntaban: – «¿No es ése el que se sentaba a pedir?» Unos decían: – «El mismo.» Otros decían: – «No es él, pero se le parece.» Él respondía: – «Soy yo.» Y le preguntaban: – «¿Y cómo se te han abierto los ojos?» Él contestó: – «Ese hombre que se llama Jesús hizo barro, me lo untó en los ojos y me dijo que fuese a Siloé y que me lavase. Entonces fui, me lavé, y empecé a ver.» (Juan. 9,1-41).

Padre Elcías Trujillo Núñez

El Evangelio de este domingo es un relato inolvidable. Se le llama tradicionalmente “La curación del ciego de nacimiento”, pero es mucho más, pues el evangelista nos describe el recorrido interior que va haciendo un hombre perdido en tinieblas hasta encontrarse con Jesús, que es la Luz del mundo. No conocemos su nombre. Sólo sabemos que es un mendigo, ciego de nacimiento, que pide limosna en las afueras del templo. No conoce la luz. No la ha visto nunca. No puede caminar ni orientarse por sí mismo. Su vida transcurre en tinieblas. Nunca podrá conocer una vida digna. Un día Jesús pasa por su vida. El ciego está tan necesitado que deja que le trabaje sus ojos. No sabe quién es, pero confía en su fuerza curadora. Siguiendo sus indicaciones, limpia su mirada en la piscina de Siloé y, por primera vez, comienza a ver. El encuentro con Jesús va a cambiar su vida. La curación del cielo de nacimiento es una larga narración con dramatismo interno. El ciego curado abre progresivamente sus ojos a dos realidades: a la luz y a la confesión de Jesús como Mesías.

El dramatismo se teje en torno a dos prototipos de personas: Los que ven, porque ven, no creen. El que no ve, porque cree, ve. Las ganas de ver pusieron al ciego en manos de un desconocido que le impuso cosas ordinarias para ver: lavarse en la piscina de Siloé (la piscina del Enviado). Obedeció lo sencillo y en ello encontró lo deseado. Este episodio del ciego, aunque no es el único en el evangelio, es el más extenso y donde el evangelista dramatiza mejor. Lo que se nos describe es un camino de fe, el ciego, y un callejón sin salida, los fariseos. El ciego se deja hacer, se deja llevar por el encuentro con Jesús, entra en una dinámica que le conduce a ver y reconocerse como hombre nuevo. Es como esos encuentros que tenemos en un momento de nuestra vida. Nos topamos con alguien que, sin saber muy bien ni cómo ni por qué, nos abre los ojos a lo que nosotros no sospechábamos, nos ayuda a dar sentido a nuestra existencia, comienza a significar algo para nosotros, a ser íntimo nuestro, a formar parte de los «buenos amigos» y de las personas que no olvidamos. Mirando hacia atrás, nos decimos: « ¡Qué casualidad la de aquel día cuando nos encontramos!». Encuentros casuales que se convierten en decisivos: cambia algo de nuestro entorno y hacemos sitio a alguien en nuestro corazón. Esta es también la experiencia del ciego del evangelio de hoy. El ciego hace sitio a Jesús sin creer todavía en Jesús. El ciego defiende a Jesús antes de creer en Jesús porque para él es imposible que quien hace cosas semejantes no sea «importante».

Más adelante terminará confesando su fe en Jesús. La confesión en Jesús es precedida por la obediencia, la admiración y la defensa. Obstinados en no querer ver lo que tienen delante, los fariseos se encierran, contra toda lógica, en sus posturas. El ciego aprovecha para proclamar y alabar la obra de Dios en él. Todo lo que Dios hace en nosotros está pidiendo agradecimiento y reconocimiento. ¿Cómo van a saber los que no creen que Dios es bueno si callamos las obras de Dios en nosotros? Las obras de Dios interrogan a los hombres de buena voluntad y ciegan a los soberbios. ¡Cuántos hoy se acercan al Señor porque han visto signos pequeños en los que resplandece la gloria de Dios! Que el Señor sea nuestra luz y salvación; que el Señor guíe nuestros ojos hacia las maravillas que realiza para nuestra salvación. La cuaresma nos invita a abrir bien los ojos. Nota: Honramos hoy a San José el esposo de María y él se alegran los esposos.

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