En el ejercicio de la política y, aún más, en el arte de gobernar, la coherencia no debe ser una mera formalidad, sino una condición inherente a la conducta de quienes asumen tales responsabilidades. Resulta difícil de entender, y menos aún de aceptar, las incoherencias de Gustavo Petro. Desde su época como candidato, sus anuncios de campaña contrastaban con sus acciones, y su desempeño en el poder dista mucho de su discurso cotidiano. En campaña, prometió “el cambio” y atacó a los corruptos, pero se alió con aquellos a quienes señalaba como indeseables. En el gobierno, todo parece pasar por su inestabilidad emocional y su actitud pendenciera, muy distante de su promesa de unir a los colombianos.
La estrategia de Petro parece centrarse en la confrontación y una constante provocación a quienes no comparten su pensamiento o se atreven a criticarlo. Su propuesta de un “acuerdo nacional” carece de credibilidad, ya que todo cuanto hace y dice parece ir en la dirección contraria. Un acuerdo comienza por demostrar buenos modales y el mejor trato al contradictor. Un acuerdo es un consenso en medio de las diferencias, y para lograrlo, las partes deben saber plantear sus propósitos y tener la suficiente tolerancia para aceptar los de los demás. Jamás un acuerdo puede lograrse desde la imposición, la soberbia o la fuerza. Petro insulta diariamente a sus opositores y los trata de la peor manera, lo cual es incompatible con cualquier intento de acuerdo. Tampoco se puede llegar a un acuerdo a punta de “madrazos”, como suele dirimir las controversias el nuevo ministro de Educación.
En su desesperado afán de tramitar, por cualquier vía menos por la institucional, su “poder constituyente” con el único propósito de establecer una figura constitucional inexistente que le garantice su permanencia en el poder, Petro ha recurrido a toda clase de artimañas. El nombramiento de Juan Fernando Cristo como ministro del Interior tiene un propósito específico y un as bajo la manga. Cristo no tuvo ninguna dificultad en transformarse, en cuestión de horas, de opositor radical de la constituyente a defensor de la misma mediante el señuelo de un “acuerdo nacional”.
Tanto Petro como Cristo saben que ese “acuerdo nacional” no es posible, al igual que la convocatoria a una constituyente. Y no lo son principalmente porque Petro es el mayor promotor de la polarización del país, además de su intransigencia en todos los sentidos. Las heridas que su actitud ha abierto en la oposición no van a sanar por más esfuerzos que se hagan para tratar de cicatrizarlas. A esto se suma la grave situación de violencia en el territorio nacional, la profunda crisis del sistema de salud y la caída estrepitosa de la economía. Todo un coctel de males.
Mientras Cristo promueve la unidad para el “acuerdo nacional”, Petro no cesa de insultar a los expresidentes, a sus exministros, a gremios, a transportadores, etcétera; pelea hasta con su propia sombra.
ADENDA: mientras el gobierno nos divide, nuestra Selección Colombia nos une. Gracias a cada uno de los jugadores de la Selección. ¡Los queremos mucho!