Amor puro

En el tercer aniversario de la muerte de su madre, la norteamericana Anna Jarvis solicitó antes los organismos pertinentes el reconocimiento del segundo domingo de mayo como el día conmemorativo de ese ser terrenal que se ha constituido en un símbolo de pureza y amor incondicional.

Se oficializó así un día, cuando deberían ser todos los del año, para homenajear a nuestras madres, a esas valientes y laboriosas mujeres que se dedican día a día a demostrarnos su inconmensurable amor, el cual difícilmente se verá recompensado en su justa medida.

Homenajeemos entonces con el más sincero afecto a esas mujeres que para cumplir con su diaria e interminable misión de amas de casa se multiplican por veinte, desde los primeros rayos del día hasta la cansina noche. Incluso, aun cuando ya muy entrada la noche, ellas siguen en su función de garantes del orden y del equilibrio, que nadie más puede proporcionar. A veces se perciben como mujeres sumisas, subyugadas quizás por las circunstancias de la vida, con defectos y errores, pero siempre demostrando su imprescindible existencia.

Homenajeemos a esas madres que tuvieron que tomar las riendas del hogar que un hombre decidió abandonar, y desde entonces se constituyeron en la razón del éxito de sus hijos; su único soporte y refugio, para los tristes y felices momentos.

Honremos a las madres que ya partieron, pero que siempre lucharon por dejarles a sus hijos e hijas un mundo mejor.

A todas las madres, porque a pesar de que el mundo moderno les exige nuevas pautas de crianza, ellas persisten en dos facetas que nunca cambiarán: amar sin medida y sufrir en silencio.

Sin embargo, a pesar de que nuestras madres son dignas de las palabras y los gestos más bellos, muchas de ellas no reciben sino ingratitud, decepciones y desamor.

Qué bueno que el reconocimiento a este ser no quede relegado a la demostración material de un solo día, ya sea a manera de un costoso regalo o de una invitación a un lujoso restaurante, sino que las demostraciones de amor se den todos los días de su existencia.

Esforcémonos en dirigirles a nuestras madres palabras y gestos de amor, en retribuirles con lo que somos y hacemos la satisfacción de una misión cumplida, y en recordarles que de la misma manera como ellas lo hicieron, siempre estaremos allí para acompañarlas, respetarlas y amarlas. Jóvenes, no esperemos a hacernos adultos o padres para hacerlo, es ahora mismo y en las circunstancias que estén.

Antes de partir de esta vida terrenal, nuestro Señor Jesucristo se aseguró de no dejarnos solos y por el contrario nos puso en las mejores manos, las de la virgen María, un modelo de amor, humildad y obediencia. Una madre que con inmenso dolor pero también con gran obediencia aceptó ver partir a su primogénito por el amor hacia el resto de sus hijos.

A mis jóvenes lectores les insisto que no encontrarán en la tierra amor más fiel que el de la madre. No encontrarán un más reconfortante hombro para llorar que el de la madre. Y no hallarán un mejor restaurante y un mejor hotel que el de nuestras madres, porque ellas siempre estarán ahí, amando sin medida y sufriendo en silencio.
Muchísimas más palabras podrían agregarse y aun así nos quedaríamos cortos en la conmemoración. A mi hermosa madre y a todas las madres del mundo, quiero dedicar las siguientes líneas:

Las manos de mi Madre
Alfredo Espino
Manos las de mi madre, tan acariciadoras,
tan de seda, tan de ella, blancas y bienhechoras.
¡Sólo ellas son las santas, sólo ellas son las que aman,
las que todo prodigan y nada me reclaman!
¡Las que por aliviarme de dudas y querellas,
me sacan las espinas y se las clavan en ellas!

Para el ardor ingrato de recónditas penas,
no hay como la frescura de esas dos azucenas.
¡Ellas cuando la vida deja mis flores mustias
son dos milagros blancos apaciguando angustias!
Y cuando del destino me acosan las maldades,
son dos alas de paz sobre mis tempestades.

Ellas son las celestes; las milagrosas, ellas,
porque hacen que en mi sombra me florezcan estrellas.
Para el dolor, caricias; para el pesar, unción;
¡Son las únicas manos que tienen corazón!
(Rosal de rosas blancas de tersuras eternas:
aprended de blancuras en las manos maternas).

Yo que llevo en el alma las dudas escondidas,
cuando tengo las alas de la ilusión caídas,
¡Las manos maternales aquí en mi pecho son
como dos alas quietas sobre mi corazón!
¡Las manos de mi madre saben borrar tristezas!
¡Las manos de mi madre perfuman con terneza!

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