Fueron momentos sublimes, llenos de sentimiento, de perdón, reconciliación, amor, olvido y de cambio; así se cumplió este viernes el gran encuentro del Sumo Pontífice con las víctimas del conflicto armado en el Parque Las Malocas, de Villavicencio.

Atentamente el Santo Papa escuchó a cada uno de los conmovedores relatos de las personas seleccionadas para contar su historia de vida. La primera en hablar fue Deisy Sánchez Rey, una mujer que fue reclutada por las Autodefensas a los 16 años. Luego Juan Carlos Murcia Perdomo, quien permaneció por 12 años en la guerrilla. Seguidamente Pastora Mira García, viuda y en varias ocasiones víctima de la violencia. Y Luz Dary Landazury, víctima de la explosión de un artefacto en Tumaco.

Ellos fueron los escogidos para contar sus conmovedoras historias al Papa Francisco, durante el Gran Encuentro de Oración por la Reconciliación Nacional, que se realizó este viernes en el Parque Las Malocas de Villavicencio.

* Deisy Sánchez Rey, reclutada para las Autodefensas Unidas de Colombia, procedente de Barrancabermeja (Santander):

“A los 16 años fui reclutada por mi hermano para las Autodefensas Unidas de Colombia. Por tres años abracé las armas, desempeñándome sobre todo en las comunicaciones, hasta cuando fui arrestada.

“Después de más de dos años de cárcel, quería cambiar de vida, pero las AUC me obligaron a entrar nuevamente en sus filas, donde permanecí hasta cuando se desmovilizó el Bloque Puerto Boyacá, del cual era integrante.

“En mi familia no todos son católicos, pero personalmente permanecí cercana a la Iglesia, y en la Eucaristía dominical encuentro ahora consuelo y una orientación para el futuro. He comprendido, por ejemplo, aquello que ya sentía desde hacía tiempo, o sea que yo misma había sido una víctima y tenía necesidad de que me fuese concedida una oportunidad.

He aceptado también que era justo que aportase a la sociedad, a la cual había hecho daño gravemente en el pasado. Así, decidí estudiar sicología y ahora aporto al trabajo con población víctima de la violencia y ayudo profesionalmente a jóvenes vulnerables y personas adultas en rehabilitación por consumo de sustancias sicoactivas.

Pido al Señor, y a usted, Santo Padre, que rece para que los victimarios se dignifiquen a sí mismos, y a las víctimas, dándoles la cara, mostrándose disponibles a saldar sus deudas con la justicia y a contribuir positivamente a la sociedad que han lacerado”.

Juan Carlos Murcia Perdomo, quien permaneció por 12 años en las Farc, procedente del Caquetá:

“Cuando me reclutaron tenía dieciséis años. Después de poco tiempo, perdí la mano izquierda, manipulando explosivos. Al inicio colaboré con convicción en la causa de la revolución. Así, fui promovido a comandante de escuadra, con la tarea de acercarme a la población para ilustrarla sobre la doctrina de nuestro grupo alzado en armas.

Con el tiempo, sin embargo, me sentí frustrado y utilizado. Al mismo tiempo, sentía una ansiosa nostalgia por mis padres, de los cuales me habían obligado a perder cualquier rastro.

A pesar de que me enseñaron que el único verdadero Dios son las armas y el dinero, no perdí del todo la fe, y Dios me hizo comprender que la violencia no es verdad y que debía salir de la selva más profunda, la de mi corazón esclavizado por el mal, si quería vivir feliz.

Percibía que la verdadera revolución traía consigo, ante todo, que asumiera la verdad sobre mí mismo, como también la aceptación de las obligaciones de la justicia respecto a mí y la demostración de que definitivamente he cambiado.

De este modo nació Funddrras, una fundación para el desarrollo del deporte: al inicio doce, y ahora setenta jóvenes, a quienes, a través del deporte, ayudo a no ser reclutados ni por las armas ni por las drogas.

Ellos me han enseñado muchas cosas y yo he buscado trasmitirles a ellos la pasión por la verdad y la libertad. Con esta misma pasión, he aceptado dar hoy mi testimonio. Puedo pedir así una vez más perdón, mi corazón se desahoga y me siento más libre”.

Pastora Mira García, católica, viuda y, en varias ocasiones, víctima de la violencia:

“Cuando tenía seis años, la guerrilla y los paramilitares no habían llegado todavía a mi pueblo: San Carlos, Antioquia. Mi padre fue matado. Años más tarde, pude cuidar a su asesino, quien, en ese momento, se había enfermado, era ya anciano y estaba abandonado.

Cuando mi hija tenía solo dos meses, mataron a mi primer marido. En seguida, entré a trabajar en la inspección de policía, pero tuve que renunciar por las amenazas de la guerrilla y los paramilitares, que se habían instalado en la zona.

Con muchos esfuerzos logré montar una juguetería, pero la guerrilla empezó a cobrarme vacunas, por lo cual terminé regalando las mercancías.

En 2001, los paramilitares desaparecieron a mi hija Sandra Paola; emprendí su búsqueda, pero encontré el cadáver solo después de haberla llorado por siete años.

Todo este sufrimiento me ha hecho más sensible al dolor ajeno y, a partir de 2004, trabajo con las familias de las víctimas de desaparición forzada y con los desplazados.

¡Pero no todo estaba aún cumplido! En 2005, el Bloque Héroes de Granada, de los paramilitares, asesinó a Jorge Aníbal, mi hijo menor. Tres días después de haberlo sepultado, atendí, herido, a un jovencito y lo puse a descansar en la misma cama que había pertenecido a Jorge Aníbal.

Al salir de la casa, el joven vio sus fotos y reaccionó contándome que era uno de sus asesinos y cómo lo habían torturado antes de matarlo. Doy gracias a Dios que, con la ayuda de Mamita María, me dio la fuerza de servirle sin causarle daño, a pesar de mi indecible dolor.

Ahora coloco este dolor y el sufrimiento de las miles de víctimas de Colombia a los pies de Jesús Crucificado, para que se una al suyo y, a través de la plegaria de Su Santidad, sea transformado en bendición y capacidad de perdón para romper el ciclo de violencia de las últimas 5 décadas en Colombia.

Como signo de esta ofrenda de dolor, depongo a los pies de la cruz de Bojayá la camisa que Sandra Paola, mi hija desaparecida, había regalado a Jorge Aníbal, el hijo que me mataron los paramilitares. La conservamos en familia como auspicio de que todo esto nunca más vaya a ocurrir y la paz triunfe en Colombia.

Dios transforme el corazón de quienes se niegan a creer que con Cristo todo puede cambiar y no tienen la esperanza de un país en paz y más solidario”.

* Luz Dary Landazury, víctima de la explosión de un artefacto en Tumaco:

“El 18 de octubre del 2012, la explosión de un artefacto puesto por la guerrilla en los alrededores de Tumaco, en el Pacífico colombiano, acabó irremediablemente con mi talón de Aquiles, fracturó mi tibia y el peroné y puso en riesgo de amputación mi pierna izquierda. Las esquirlas provocaron decenas de heridas en mi cuerpo.

De aquel día recuerdo solo los gritos de la gente y que había sangre por todas partes. Lo que más me aterrorizaba era la suerte de Luz Ariana, mi niña de siete meses: ella estaba cubierta de sangre y en su rostro se le habían incrustado innumerables pedazos de vidrio. Ahora Luz Ariana está bien y yo me he recuperado lentamente, gracias a Dios, a través de la Diócesis de Tumaco.

Hoy deseo ofrecer a Cristo crucificado la única muleta que me queda después del atentado y que he usado para la recuperación. La segunda la he regalado a otra víctima, que la necesitaba urgentemente.

Aquella bomba es como si hubiera estallado también dentro de mi corazón, para permitirme curar las heridas mucho más profundas que aquellas de la piel. Al inicio sentía rabia y rencor, pero después he descubierto que, si me limitaba a transmitir este odio, creaba más violencia todavía.

He entendido que muchas víctimas tenían necesidad de descubrir, por medio de mi experiencia, que tampoco para ellas había terminado todo y que no se puede vivir del rencor.

Así he comenzado a visitarles y a ayudarlas, me he preparado para enseñar a prevenir el riesgo de accidentes por los millones de minas sembradas en nuestro territorio, y ahora me siento mejor. Doy gracias a Dios por haber comprendido que ayudar a los demás no es tiempo perdido, sino que me enriquece”.