La celebración de una efemérides tan significativa como los 400 años de fundación de una ciudad capital debe convertirse no sólo en el motivo de fiestas, obras suntuarias y eventos sociales de alto turmequé. La celebración de una efemérides tan significativa como los 400 años de fundación de una ciudad capital debe convertirse no sólo en el motivo de fiestas, obras suntuarias y eventos sociales de alto turmequé. Debe ser, sobre todo, la ocasión propicia para concitar esfuerzos, aunar voluntades y, como cualquier cumpleaños personal, esperar buenos regalos de los parientes ricos, en este caso del Gobierno Nacional, las grandes empresas y del Congreso de la República. Los 400 años de Neiva ya comenzaron en la ciudad misma, ahora deben continuar sobre el resto del país, especialmente respecto de quienes tienen el poder de ofrecerle proyectos y obras que resuelvan de fondo sus principales problemáticas. La expansión económica de la región nos ha tomado al parecer por sorpresa. Tenemos serios problemas de competitividad en servicios públicos como acueducto y energía, al igual que en el estado de nuestras principales vías, en tanto que los niveles de pobreza y miseria son tan alarmantes que el propio presidente de la República, Juan Manuel Santos, lo dejó en evidencia el año pasado al mostrar que un 62% de la población huilense, mayoritariamente neivana, está en esos niveles. Súmense la delincuencia común y el desplazamiento por la violencia que, en este caso, trajo a la ciudad a casi 40.000 personas en los recientes 4 años. Muy bien que se anuncien obras que embellezcan, que cambien la imagen de ciertos sectores, que hagan homenaje a nuestras grandes figuras históricas, que exalten el acervo cultural. Pero no deben ser la prioridad; en primer plano deben aparecer las necesidades básicas insatisfechas, medidas de fondo contra la inseguridad, movilidad y tareas serias en pro del mejoramiento de la injustamente maltrecha imagen y percepción pública de Neiva ante el país. Cualquier proyecto de ley, todas las iniciativas y pedidos ante el Gobierno, y aquellas donaciones que se pretendan del sector privado con ocasión de los 400 años deben encaminarse con prioridad a esas soluciones. Y después sí que venga la fiesta. Que no se haga lo de algunas familias pobres que, cuando les llega algún dinero adicional, se dotan del televisor más grande y el equipo de sonido más ruidoso cuando la casa apenas tiene letrina. Y para que la fiesta no sea sólo dentro de la casa, que se proyecte nacional e internacionalmente, estamos en mora de una bien diseñada tarea en materia de verdadero mercadeo y publicidad. En esa línea el eslogan o lema de la efemérides, salvo mejores opiniones, no parece tener algún impacto externo. Se echó mano de una frase muy conocida sobre todo en los medios deportivos, pero que poco o nada transmite en cuanto al nombre mismo y al peso histórico de Neiva. A tiempo estamos de revisarla, someterla a voces expertas y, si es del caso, modificarla para que tenga la fuerza suficiente que la proyecte ante el grueso de los colombianos. Los 400 años, un pretexto para mejorar y resolver. “Los 400 años de Neiva ya comenzaron en la ciudad misma, ahora deben continuar sobre el resto del país, especialmente respecto de quienes tienen el poder de ofrecerle proyectos y obras que resuelvan de fondo sus principales problemáticas”. Editorialito La suspensión de las mesas de concertación, definidas con bombos y platillos, para evaluar los impactos generados por El Quimbo, es contraproducente. En este caso, debe recuperarse como un espacio de saludable concertación, para garantizar que se cumplan todas las compensaciones y se ejecute de acuerdo con lo pactado. No para torpedearlo.