Ya eran pretéritas las épocas de los ataques armados a poblaciones en el departamento del Huila, que asolaron a esta región con particular sevicia entre el fin y comienzos de siglo. Ya eran pretéritas las épocas de los ataques armados a poblaciones en el departamento del Huila, que asolaron a esta región con particular sevicia entre el fin y comienzos de siglo. Varias de nuestras poblaciones recibieron enorme daño humano y material como producto de esos embates, tales como Hobo, Gigante, Colombia, Santa María y Vegalarga, entre otros. Y ahora, para desgracia regional, un grupo sedicioso mimetizado como s soldados cayeron a plena luz del día sobre el pequeño poblado de Nátaga, epicentro religioso mariano del Huila y sin noticias en las últimas décadas de alguna acción subversiva en su contra, atacando a los cinco uniformados de la Policía Nacional que prestaban a esa hora su servicio de seguridad. El bajo número de policiales se explica, precisamente, por el ambiente tranquilo y sosegado de la región y la ausencia de antecedentes de hechos de alteración del orden público. Y como lo denunciaron con contundencia las autoridades regionales, este ataque no respetó instalaciones médicas ni los símbolos internacionales de protección como aquellos que resguardan a los niños y a los médicos en caso de conflicto interno o internacional. Sumándose al infame atentado contra la escuelita de Balsillas, convertido en símbolo nacional de la infamia a la que nos lleva la confrontación interna, la acción ejecutada el lunes en la tarde contra la zona urbana de Nátaga lleva también la impronta de la sevicia en la que no se respetan ni las instalaciones de salud ni se prevé que pueda haber daños de civiles en las calles. Y dolorosamente tenemos que enviar las profundas condolencias a la familia del patrullero Guillermo Salazar Cabrera, natural de Paicol, que perdió la vida en este ataque cuando hizo frente a los violentos. Un héroe más en la bandera nacional del conflicto, un hombre que deja una familia sumida en el dolor por obra y gracia de la irracionalidad. Su compañero Juan Carlos Martínez Barbosa, herido en los mismos hechos se recupera en un centro asistencial. Por supuesto que no se trata sólo de Nátaga, de los daños materiales y, sobre todo, del luto por el patrullero Salazar. Es una escalada nacional orientada al parecer a presionar un cese bilateral del fuego, que el gobierno no acepta, hasta lograr un pleno acuerdo en los diálogos de paz. Por eso el gobierno no cederá. Sin embargo, los reiterados ataques deterioran la confianza frente a la posibilidad de lograr este acuerdo que las comunidades anhelan. Pero además, terminan dándole a la razón a quienes atizan la hoguera de la guerra. Una pausa en las hostilidades, declarada unilateralmente, sin condiciones, sería saludable para ambientar los diálogos de paz. En este propósito no podemos declinar. Hay que persistir en soluciones negociadas. La paz, por mandato constitucional, es un derecho y un deber de obligatorio cumplimiento. Y en este esfuerzo todos estamos comprometidos. Pero que ello no sea óbice, en absoluto, para que se baje la guardia, se relajen nuestros soldados y policías y los tomen desprevenidos como al parecer ocurrió el lunes en Nátaga. Los violentos siguen al acecho y no descansan para hacer daño. “Los reiterados ataques deterioran la confianza frente a la posibilidad de lograr este acuerdo que las comunidades anhelan”. EDITORIALITO El presidente Juan Manuel Santos ordenó la inmediata reconstrucción de la escuela de Balsillas, destruida por un infame ataque de la guerrilla. Así debe ser. La comunidad, dueña del proyecto, debe abanderar esta causa. Los violentos jamás derrotarán a una comunidad valiente que se sobrepone a los ataques.