¿Bailamos?, señorita

Los intereses comerciales de los almacenes de grandes superficies y las emisoras de radio han transformado los imaginarios sobre la fiesta decembrina. Para los historiadores, el tiempo es una construcción mental y social.

Olmedo Polanco

“¡Desde septiembre se siente que viene diciembre!”, anuncia a los cuatro vientos, desde 1999, la voz institucional de la organización radial Olímpica. “La empresa busca alargar la alegría de fin de año y aprovechar comercialmente una de las temporadas ‘prime’ en asuntos de audiencias y ventas”, me cuenta Héctor Betancourt, director de la emisora Mix en Neiva. “Pareciera que en Colombia cada vez son más escasos los momentos de felicidad desbordante”, dice Héctor, ampliando su juicio de valor.

José Luis Mateus Ruiz dirige la cadena de emisoras Huila Stéreo. “Los tiempos y sus dinámicas se construyen sobre el presente”, reflexiona Mateus. “Los discursos de la radio están estructurados sobre los conceptos de vender productos y mantener en las audiencias la tradición de fin de año; promoviendo estados de ánimo a través de la programación musical”, afirma José Luis.

Alexis Méndez es músico, investigador y productor de contenidos en narrativas sonoras. Está en Santo Domingo (República Dominicana) y hemos conversado sobre lo agridulce de nuestra identidad nacional: felicidades y nostalgias de fin de año. Alexis ha compartido con amigos colombianos las fiestas de fin de año en Medellín (Antioquia). “Los 14 cañonazos bailables, por lo general, no incluyen temáticas navideñas, aunque se perciban simbólicamente como de esta temporada”, comenta. Aprovecha la ocasión y me pregunta por la natilla y los buñuelos paisas.

Bailes en casas de familia recién pintadas

“Las músicas bailables de fin de año sonaban a través de radiolas que reproducían  discos de larga duración en casas de los Morera y los Castro, en Garzón; por los lados del barrio San Cayetano”, comparte conmigo sus recuerdos de los setentas el abogado Mariano Ospina Andrade. Es más, en el barrio Las Mercedes eran famosas las fiestas de la familia Parga.

Las muchachas dejaban la casa bonita, que de hecho, había recibido ‘manos de pinturas’ que empezaban en la fachada y se extendían hasta las paredes de los baños, en el patio. En la alberca terminaban los últimos brochazos de los trazos inconclusos. La sala y el zaguán constituían los mejores espacios privados para recibir las visitas de la muchachada local en vacaciones y con ganas de divertirse.

Adornaban los espacios, geranios florecidos en macetas y frondosos helechos instalados en canastillas que crecían en el patio. El piso en madera viruteado con esponjillas metálicas y encerado con trapos adheridos al final de las escobas, había puesto a prueba los movimientos circulares de las caderas femeninas. Muy temprano en la mañana distribuyeron rulos plásticos en sus cabelleras, sostenidos con pinzas metálicas. Antes del baile de la noche, regaban los crespos forzados con laca atomizada.

Los muchachos iban al monte a buscar musgos y unas plantas parásitas que llamaban ‘chupallas’. El musgo se transportaba ‘aturugado’ en costales tejidos con cabuyas. Entretanto, las ‘chupallas’ florecidas y muy delicadas, se llevaban a parte. Dispuestos los ingredientes principales para diseñar el pesebre. Caminos hechos con arena fina, lagos y ríos elaborados con papel cristal donde posaban patitos plásticos. Las cabras y las ovejas apenas se sostenían en los predios de Belén. “Recuerdo el pesebre de la familia Polanco en San Agustín como el más grande; ocupaba toda la sala”, ha escrito Luz Marina Canencio Ramírez. ‘Maestro Julio’, electricista empírico, fabricaba en madera una estrella que adornaba con bombillas de colores e instalaba arriba, al final de la fachada.

Además, un chamizo se transformaba en arbolito de navidad. Engrudo fabricado con colada de yuca impregnaba las ramas lisas que luego fijarían la imitación de la nieve norteamericana. Las cacharrerías locales vendían en bolsas plásticas la representación del invierno gringo en forma de pequeñas bolitas de icopor.

Orquesta Los Blanco, de Venezuela. Un sexteto conformado en los años sesenta por cinco hermanos y un amigo de la familia.

La fiesta en otros espacios

Los promotores de las casas disqueras visitaban las estaciones de radiodifusión. “A Neiva llegaba Gabriel Pulido, gerente de Discos Fuentes, y traía los discos de Bovea y sus Vallenatos y de Guillermo Buitrago”, recuerda Eva Ruiz de Mateus, programadora de contenidos musicales en La Voz del Huila. Las radiodifusoras emitían temas bailables de Los Melódicos, Sonora Matancera, Los Hispanos, Los Graduados y Los 8 de Colombia. Juan Carlos Rodríguez representaba la disquera Sonolux. “Los bailaderos más famosos en Neiva eran la discoteca El Bosquecito y la Terraza del Hotel Plaza”, comenta Eva.

En San Agustín (Huila), creció Herney Perdomo Guerrero y se hizo locutor de radio. Su familia, integrada inicialmente por Gilberto Perdomo Muñoz y Carmen Rita Perdomo, estableció el Club Típico Socará. Funcionaba en la casa que había heredado la maestra Elvia Niño de Llanos y que arrendó a los Perdomo Guerrero. “En el Club eran reconocidos los bailes de 24 y 31 de diciembre, y la Fiesta de Reyes en enero”, recuerda Herney.

A propósito, el investigador Alexis Méndez comenta: “Aunque tenemos muchas similitudes con el pueblo colombiano en cuanto a prácticas fiesteras de fin de año, no celebramos la noche de las velitas el 7 de diciembre y, en cambio, sí hay mucha integración durante la primera semana de enero, en Fiesta de Reyes”. Alexis refiere, en particular, el retorno de migrantes dominicanos que aprovechan las vacaciones para viajar desde los Estados Unidos, especialmente. “Hemos adaptado al merengue dominicano el tema ‘Volvió Juanita’, de Estercita Forero, y la cantamos con nostalgia y sentimiento durante los días del retorno de la diáspora dominicana que regresa a casa”, expone Méndez. A pesar de la distancia geográfica, en República Dominicana y San Agustín sonaban en fiestas decembrinas los temas: ‘De la boca pa’ fuera’, ‘Morena consentida’ y ‘La mecedora’; interpretados por Los Blanco, de Venezuela.

En El Pital (Huila), está Elsa Rocío Obando Rivera, directora de la Casa de la Cultura del municipio ubicado en el occidente del Huila. “Los lugares de celebraciones familiares y sociales aquí han sido: el Club Familiar ‘La Floresta’, la discoteca ‘La Real’, que luego se llamó la 4:40 (como el grupo musical liderado por el artista dominicano Juan Luis Guerra); además, el estadero ‘San Marcos”, hace memoria Elsa Rocío.

La fiesta desde afuera

Gustavo Quintero, voz líder de Los Hispanos, emblemática orquesta colombiana de música tropical. Fundada en 1964 en el barrio San Joaquín de Medellín.

Los ‘14 cañonazos bailables’ incluían los temas más comercializados y escuchados durante el año a través de las emisoras de radio. “En Garzón estaban los clubes ‘Fusiyama’, Sabambú y el Club Social; que sólo permitía el ingreso a socios de la élite local”, comenta Ospina Andrade. “Las orquestas más reconocidas de Colombia, como Los Hispanos, Los Graduados, Los Golden Boys y los Teen Agers; se presentaban en Sabambú”, evoca. El club estaba a un kilómetro de Garzón en la vía hacia el caserío de Zuluaga. Los muchachos que estudiaban en el Colegio Simón Bolívar, y estaban en vacaciones de fin de año, se conformaban con el simple hecho de ver los grupos de músicas bailables a través de las rendijas de los cercos que rodeaban el club. “Vestíamos pantalón bota campana confeccionados en terlenka y sostenidos por cinturones anchos y chapas grandes. Los busos ajustados al tronco y con cremallera metálica al final de la prenda. Zapatos de plataforma cubiertos por la bota del pantalón; no teníamos para pagar la entrada”, me contó Mariano.

“Aprendíamos a bailar viendo a los amigos más aventajados en asuntos de movimientos coordinados y en pareja. Lo más difícil era dar vueltas y retomar las manos de la pareja”, dice sonriendo Mariano Ospina. “Mujeres muy bellas, simpáticas, chuscas ellas”, se despacha en elogios el poeta Orinson Perdomo Guerrero. Su hermano Herney comenta: “Aprendieron a bailar salsa en San Agustín, porque nos enseñó un amigo de apellido Ubillos, que retornaba desde Cali a fin de año”.

El comerciante Adán Rodríguez había instalado en Pitalito (Sur del Huila) el estadero ‘Las Vallas’, cerca del Centro Artesanal y en la vía hacia el municipio de San Agustín. Funcionaba los fines de semana y el domingo hasta altas horas de la noche. Allí tocaba la orquesta, inicialmente conformada por Gerardo Muñoz Muñoz y sus hijos, y reforzada por los hermanos Olave Díaz y Reynaldo Motta Quibano. José Yezid Muñoz Millán interpretaba el bajo eléctrico. Otros bailaderos en Pitalito: “La Isla”, “Casa Blanca” y “Los Andaquíes”. En el sur del Huila danzaban con “Muchacha de 15 años”, “Camino de amapolas”, “Festival vallenato” y “Anhelos”. De moda estaban: Los Corraleros de Majagual, Los Hispanos, Los Graduados, Nelson Enríquez y Alfredo Gutiérrez, por citar algunos nombres que hacían bailar en pareja.

Por lo general, la fiesta terminaba al amanecer. Discos regados por fuera de sus fundas plásticas y colillas de cigarrillos trituradas contra el piso. Los bailadores abrazados de regreso a casa, luego de que les ofrecieran caldito de consomé con cilantro fresco.  “Mi papá me va a regañar”, reclamaban las señoritas. “Nos fuiiiimos”, habían cantado en coro Los Corraleros de Majagual.

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