Baraya, la tierra del olvido

Conocida como “Ciudad del eterno retorno” está situada al norte del Departamento del Huila y su territorio se distribuye entre zonas de montaña correspondientes a la Cordillera Oriental. Posee variedad de climas, cálido, medio y frío, y en su jurisdicción hay tres cuencas principales que la irrigan en un 80%: los ríos Venado, Cabrera y Guarocó, que contiene la quebrada La Nutria de donde proviene el agua para abastecer la planta de la cabecera municipal, además de numerosas corrientes de caudal menor. Es municipio productor de agua pues las cimas de la cordillera son corredor obligado entre los refugios silvestres de La Siberia y el Páramo de Sumapaz. Los ríos y quebradas que allí nacen surten también del recurso hídrico al municipio de Villavieja. Sus 9600 habitantes, personas hospitalarias y trabajadoras, se asientan mayoritariamente en el área rural.

Su variedad de climas y abundante agua la hacen propicia para diferentes clases de cultivos y ganados. Es zona cafetera, ganadera (extensiva, mayormente de carne y en otros casos de doble propósito, pero sin tecnificar) y de frutales, primer productor de lulo en el Huila, y escenario en donde se aprecian paisajes de atractivo singular y numerosas lagunas, entre las que sobresale la llamada Las Nubes.

Hasta aquí parece un paraíso, y su belleza natural así lo acredita, pero una mirada más atenta nos revela la realidad de una población que parece detenida en el tiempo.

Trabajé allí en labores de alfabetización y desarrollo comunitario promovidas por la Universidad Surcolombiana a comienzos de la década del 80 del siglo XX, en Soto, Patía y la Empresa Comunitaria Caballeriza con entusiasta participación de sus pobladores. He vuelto en varias oportunidades y he observado que no se aprecian cambios que hayan mejorado la calidad de vida de sus gentes ni acciones para conservar el entorno natural. Por el contrario, la población urbana tiende a decrecer, pues muchos jóvenes emigran de la localidad por falta de oportunidades de trabajo, y el campo empieza a despoblarse por efecto del abandono de las vías terciarias, lo que dificulta la comercialización de sus productos.

El deterioro de sus suelos es notorio. En las zonas bajas los grados de deforestación y erosión han llegado al de no recuperable, pues ya se ha aparecido la roca madre debido al sobrepastoreo y mal uso de la tierra. En los territorios medios ya empiezan a verse los primeros grados de deterioro por el mal uso del suelo, al igual que en las zonas altas en donde no hay áreas erosivas pero es claro el comienzo de la destrucción del bosque primario que luego se vuelve secundario, después pasto y por último rastrojo y erial. Sin embargo aún subsisten allí un sinnúmero de especies de flora y fauna que requieren zonas de protección, así como estudios científicos para un adecuado aprovechamiento sostenible y programas de granjas integrales familiares con un estricto seguimiento por parte de la Umata que allí funciona.

No hay en este municipio infraestructura para el adecuado manejo del agua, lo que se agrava por las malas prácticas agrícolas que degradan el suelo tales como las quemas y el desyerbe con azadón, las cuales contaminan el aire, provocan incendios forestales y acentúan los inviernos contribuyendo a la amenaza de inundaciones, avalanchas, derrumbes y erosión. Parte del territorio municipal está comprendido en la falla geológica de Algeciras, lo que debe alertar sobre la posibilidad de nuevos sismos como el ocurrido en 1967 cuando el 60% de las viviendas urbanas quedó seriamente afectado. Y aún así no hay en Baraya un Acuerdo del Concejo Municipal para implementar las políticas de gestión del riesgo de desastres según lo establece la Ley 1523 del 24 de abril de 2012, y el Cuerpo de Bomberos funciona en local arrendado y sobrevive en medio de la penuria económica y la falta de equipos adecuados para atender conflagraciones rurales o urbanas.

El 23 de diciembre de 1993 el Congreso de la República decretó la Ley 101 que en su artículo 61 ordena la creación en todos los municipios del país de los consejos municipales de desarrollo rural. Pues bien, en Baraya esto se hizo sólo veintiún años después por acuerdo No. 03 del 20 de febrero de 2014. El sábado pasado visité el municipio, hablé con varios líderes agrarios y urbanos, y ninguno sabía del hecho ni de su funcionamiento en la localidad. Otra muestra más de la desidia e indolencia con que las sucesivas administraciones municipales han manejado y siguen manejando esta población. Y a pesar de su belleza natural no se conocen tampoco planes oficiales para el desarrollo del turismo ecológico o de deportes como el parapentismo que ya se practica a mínima escala en una de las fincas del municipio.

No hay cobertura total de servicios públicos para los pobladores, sólo del 60%, no todos los niños barayunos tienen acceso a la educación pública, y la casa artesanal y la biblioteca municipal requieren de mucho más apoyo.

Baraya ha sido y sigue siendo escenario de violencia y violación de Derechos Humanos a causa del conflicto armado que se vive allí desde la década del 60 del siglo pasado. Estos hechos vienen siendo denunciados desde esa época por asociaciones campesinas locales y más recientemente por el Colectivo de Abogados Alvear Restrepo y Plataforma Sur.

En fin, el olvido y la destrucción amenazan a Baraya. Pero hay una luz en el camino: hay allí una líder respetada por su honestidad y compromiso con su tierra que quiere cambiar esta situación y aspira a ser la próxima alcaldesa municipal. Está apoyada por el Partido Verde, los partidos alternativos como la Marcha Patriótica y la Unión Patriótica, y buena parte de personas de los partidos tradicionales. Se trata de la señora Sandra Silva. ¡Adelante, Sandra! El pueblo de Baraya unido en torno suyo hará que el municipio deje de ser la tierra del olvido, lidere el desarrollo del Huila en la zona norte, y sea por fin la bella “Ciudad del eterno retorno” y territorio de paz. El pueblo trabajador y honesto que a usted la sigue será el verdugo de esa cadena de olvido, estancamiento e indolencia que por tantos años han impuesto aquellos que siempre han malgobernado en su tierra. 

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