Con un claro mensaje de paz y justicia, asumió ayer la Diócesis de Neiva, monseñor Froilán Tiberio Casas Ortiz, un sacerdote formado en la academia, pero también en la evangelización. Con un claro mensaje de paz y justicia, asumió ayer la Diócesis de Neiva, monseñor Froilán Tiberio Casas Ortiz, un sacerdote formado en la academia, pero también en la evangelización. El religioso, de 63 años, nacido en Chiquinquirá, Boyacá, reemplazó a monseñor Ramón Darío Molina, quien se “jubiló” tras cumplir su edad de retiro forzoso, tras permanecer once años orientando a su comunidad. Casas Ortiz llega con otra visión, con otra forma para orientar el rumbo. Su trayectoria académica le permitirá sin duda, consolidar el papel protagónico que su comunidad ha ostentado, en nuevos escenarios de la vida pública. Por eso reconforta su mensaje de paz. “Seré un obispo de paz, hay que seguir luchando por la paz, de una paz que esté precedida por la justicia, para que todos rompamos los rencores, proyectarnos al futuro construyendo la paz, sembrando la justicia diariamente”, expresó como uno de los grandes retos que perfiló al asumir la alta dignidad. Sin duda que su presencia, marcará una ruptura, abrirá una nueva etapa y permitirá una mayor intervención en la vida pública. Y así debe ser. La Iglesia no puede mantenerse al margen de la democracia como sistema de participación social, sino que debe intervenir en la vida pública ayuda a construir los nuevos escenarios de participación, en un proyecto de sociedad soportado en la justicia. La Iglesia, “experta en humanidad”, como lo definió el Concilio Vaticano II, no puede estar al margen de las angustias y expectativas de su comunidad. La Iglesia no puede aislarse del debate público ni debe apartarse de su significativo papel como actor social. Su voz es esencial en tiempos de crisis y en la pérdida de valores que deterioran la sana convivencia. Es necesario, revitalizar, revisar la presencia del cristiano en la vida pública. Recrear este espacio de intervención de los cristianos es ahora más imprescindible que nunca. No sólo se trata de subrayar el compromiso directo con las grandes causas que afectan a sus comunidades. Nada de lo que ocurre en la vida social debe ser indiferente para la Iglesia y en ella encontrará “eco en su corazón”. Los pecados contra del amor, la paz, los derechos de los pueblos, el respeto de las culturas y de otras religiones no pueden ser ajenas con la evangelización. La Iglesia debe asumir un rol protagónico en defensa de la dignidad humana y la unidad del género humano, en el respeto a los derechos fundamentales, en la protección de los necesitados y los débiles. Y por su puesto no debe ser indiferente a los graves problemas que amenazan la convivencia. La paz, como la justicia, serán banderas que debemos ondear en todos los escenarios. “Es necesario, revitalizar, revisar la presencia del cristiano en la vida pública. Recrear este espacio de intervención de los cristianos es ahora más imprescindible que nunca”.