Aquellos borrachos que conducen un vehículo, andando por ahí atropellando y matando a la gente, no hay que darles más tregua. En estos casos ya no sirve que el Estado se gaste la platica en tanta campaña educativa pues hasta la saciedad ya sabemos -esos lo sabe hasta un niño o niña- que no se debe ni se puede conducir en estado de embriaguez.
A estos borrachos dolosos al volante se les debe medir con el miso rasero sin que importe su raza, color político, sexo, idioma, religión, origen nacional o social, posición económica o de nacimiento y paguen pecuniaria y penalmente por el hecho cometido. Porque cuando una persona decidió conducir borracho, había configurando el acto deliberado de producirle un golpe grave o la muerte a cualquier persona pues, reitero, esta persona borracha ya sabía, estaba informado, educado, de que no podía hacer eso ya que ponía en riesgo no sólo su vida sino la de otra persona.
Después de tantas muertes que han ocasionado los borrachos del volante, la sociedad está “pitando” fuertemente para que la justicia no sea dura en unos casos y débil en otros: No parece consecuente que frente a un misma situación -un borracho que con su vehículo mata a otra persona- a un borracho preventivamente lo envíen a la casa y a otro a la cárcel. Aquí es donde la reforma a la justicia debe operar para que se estreche el campo de la subjetividad y predomine más lo objetivo en las determinaciones que debe tomar un juez frente a un mismo delito cometido por personas de diferente condición social. Y la situación de fondo, es que no dilaten tanto los procesos cuando el victimario tiene alguna relación de poder económico o político; cuando el victimario es pariente de un político como que el proceso tiende a “bajar de velocidad”.
El cuentico de la seguridad vial consiste en la prevención, así de sencillo. Para eso existen los semáforos y todas las señales de tránsito, incluidos los agentes de tránsito, para prevenir que ocurran los accidentes de tránsito ¿Por qué siguen ocurriendo? Básicamente porque no tenemos la suficiente madurez ciudadana para respetar cualquier señal de tránsito, así sea inexistente. No puede haber excusa en el sentido que el semáforo estaba dañado, que la cebra estaba borrosa, que no vi el pare, que patatín que patatán, ¡No! Si somos precavidos al conducir y si evitamos conducir en estado de embriaguez, así sea en el mínimo grado de estupidez, nos ahorraríamos tiempo, plata y dolor, tanto para el victimario como para la víctima.