La Nación
COLUMNISTAS

Carlos Bolívar Bonilla-Violencias invisibles de género

La Organización de las Naciones Unidas declaró el 25 de noviembre como día internacional de lucha contra la violencia hacia la mujer. La Organización de las Naciones Unidas declaró el 25 de noviembre como día internacional de lucha contra la violencia hacia la mujer. A propósito, el grupo Crecer de la Universidad Surcolombiana desarrolló durante el 22 y 23 de este mes un seminario internacional, del cual destaco aquí algunas conclusiones de las expertas invitadas. La violencia contra la mujer es una expresión de las violencias de género, es decir, se violenta a las mujeres por el hecho de ser mujeres desde el supuesto cultural naturalizado de su inferioridad frente al hombre, lo mismo que se violenta a los gays y las lesbianas por ser como son, o sea, por manifestar orientaciones sexo eróticas distintas a las justificadas moralmente como correctas: las heterosexuales. Las violencias de género son múltiples pero sólo aquellas relacionadas con la agresión física y el feminicidio ocupan un lugar destacado en los medios de información, más por un interés mórbido y comercial que por una real preocupación por la justicia y la igualdad. Entre los variados tipos de violencias veladas y silenciosas se encuentran aquellas de carácter psicológico y económico. En las primeras aparecen actuaciones masculinas como las prohibiciones amenazantes para que las mujeres estudien, trabajen, se vistan del modo que ellas desean, visiten a sus familiares o amistades. En las segundas se hallan las exclusiones de las mujeres para el ejercicio de sus derechos patrimoniales al interior de la vida de pareja. Los hombres que son, generalizando, la mitad de la población, son los propietarios de los principales bienes rurales y urbanos, muebles e inmuebles. También son los que deciden unilateralmente su uso y compraventa. La labor preventiva de flagelos como las violencias de género tiene que empezar por una revisión crítica de las concepciones y justificaciones morales acerca de lo femenino y lo masculino. Esto exige un compromiso ético y político de todos y todas con una nueva educación que, mediante la crítica y la reflexión profunda, desnaturalice las prácticas injustas de opresión y discriminación sobre las mujeres y las minorías de la diversidad sexual. Es necesario desbaratar la bipolaridad rígida de encasillar la complejidad humana en dos únicas categorías excluyentes que, desde erróneos supuestos naturales, justifican el orden del oprobio: hombres que mandan y mujeres que obedecen. La perspectiva es configurar relaciones de género igualitarias amparadas en la renegociación dialógica y permanente de todo lo que afecte la vida de pareja y la educación de los hijos. Labor prioritaria con los niños y las niñas quienes, desde muy temprano, construyen justificaciones sexistas para perpetuar las violencias de género, con argumentaciones muy similares a las que exponen los adultos agresores.