Ambivalencia
La ambivalencia es definida por el Diccionario de la Real Academia Española de la Lengua como “estado de ánimo, transitorio o permanente, en el que coexisten dos emociones o sentimientos opuestos; como el amor y el odio”.
Ejemplo: “Colombia ha avanzado lo suficiente para decir que no necesitamos más oficinas de derechos humanos de las Naciones Unidas” (Presidente de la República, 16 de julio de 2013).
“El ciclo de esa Oficina está llegando a su fin en Colombia” (Ministro de Defensa, 17 de julio de 2013).
“Colombia es un caso exitoso de la presencia de las Naciones Unidas en cualquier país” (Canciller, 18 de julio de 2013).
“Debemos reconocer que tocamos fondo. Que la guerra se deshumanizó y nos deshumanizó. Queremos que el papel de la Oficina se convierta en un papel proactivo para que la justicia transicional, la verdad, la justicia y la reparación sean efectivas”. (Presidente de la República, 24 de julio de 2013).
El Vicepresidente de la República había anunciado que el mandato a la Oficina de Naciones Unidas para los Derechos Humanos se prorrogaba por tres años. Ahora decidieron prorrogar sólo por un año, y por último el Presidente anuncia que en octubre del año entrante se renovará el mandato.
Sí. El gobierno colombiano, en varios temas de trascendencia, suele decir hoy una cosa, mañana otra, y pasado mañana otra, sin sonrojarse. El país se ha venido acostumbrando a eso; y el Gobierno improvisa demasiado; cambia de posiciones con enorme facilidad, y está siempre dispuesto a cambiar de nuevo.
Pero todos los seres humanos -pensará el lector-, dada nuestra natural imperfección, corremos el riesgo de equivocarnos, y nos hemos equivocado muchas veces. Por tanto, siendo humano el gobernante, puede equivocarse y está bien que, cuando lo hace, rectifique.
De acuerdo, pero la teoría del ensayo y el error -o de la equivocación y la corrección- no pueden ser políticas permanentes de los gobiernos, ni cabe su aplicación en todas las materias.
Por el contrario, un gobierno -particularmente en una época como la actual y en una sociedad tan convulsionada como la nuestra- está llamado a trazar directrices y a señalar líneas de comportamiento, en las que se combine la estabilidad de las políticas con la flexibilidad y la capacidad de reacción ante acontecimientos sorpresivos. Es decir, un gobierno se elige para dirigir, orientar, establecer pautas, conducir, llevar el timón del Estado, y por tanto, lo que de él se espera no es la sorpresa diaria, que da lugar a incertidumbre (como la que se ha generado con la Oficina de Naciones Unidas), sino una alta dosis de seguridad, planeación y previsión. Desde luego, para ello requiere coordinación en su interior.
Al logro de esos objetivos se oponen la improvisación y la descoordinación. El Presidente no puede estar trazando las políticas y anunciando las decisiones en la medida en que se le va ocurriendo algo brillante mientras pronuncia un discurso; ni puede permitir que cada uno de sus ministros, por su lado y sin previo acuerdo, haga lo propio. Porque, cuando así actúa el gobierno, aunque tenga las más loables intenciones, genera desconfianza, inestabilidad y pérdida de credibilidad. La ambivalencia no debe ser una política de gobierno.