El crítico de cine Pedro Adrián Zuluaga asistirá a la décima versión del Festival de Cine de Neiva Cinexcusa que se desarrollará del 5 al 9 de octubre, en 16 escenarios públicos de Neiva. Conversará con el cineasta colombiano Gabriel González y con la periodista argentina Josefina Licitra. Las charlas serán las noches del 7 y el 9 de octubre en el Auditorio ‘Olga Tony Vidales’ de la Universidad Surcolombiana.
Pedro Adrián fue editor durante siete años de la revista Kinetoscopio y uno de los creadores de la revista on line Extrabismos sobre prácticas audiovisuales. Es docente de cine y periodismo en las universidades Nacional y Javeriana de Bogotá, curador de cine del canal público Señal Colombia y escribe en la Revista Diners.
En entrevista exclusiva con La Nación Pedro Adrián nos da su mirada sobre el papel del cine colombiano.
A propósito de producciones nacionales como ‘La tierra y la sombra’, ‘El vuelco del cangrejo’, ‘Tierra en la lengua’, ‘El abrazo de la serpiente’, que han sido elogiadas por la crítica internacional se podría decir que ¿el cine colombiano ha evolucionado en la última década?
Evolución es una palabra un poquito complicada cuando se habla de arte, pues se hace difícil de sustentar cuando se trata de productos artísticos. Yo creo más bien que estamos hablando de una nueva ola de productos, de una nueva generación que si algo se diferencia de la anterior es que trabaja los códigos que no son nacionales. Es decir, es una generación formada en el ámbito internacional, un grupo de directores y productores que ha tenido contacto con el cine mundial.
Entonces eso ha generado un movimiento en el cine colombiano a través de la producción de películas muy preocupadas por hablar del país, incluso por visibilizar un país marginal, un país periférico, un país que está como en el extrarradio de la Nación, unas películas que filman la selva amazónica, los litorales, la costa Atlántica, el Caribe, las tierras sabaneras, el campo en general y los problemas sociales que tienen poca visibilidad.
Todo este movimiento hacia la periferia está inmerso en un estilo internacional en la forma de ver. Uno podría llamarlo Cine de Autor, o podría llamarlo cine híbrido entre el documental y la ficción, con características particulares como el uso indiscriminado de actores no profesionales con actores formados. Existe una cierta inserción de lo documental dentro de las películas, una preocupación por el lenguaje propio de las comunidades, un lenguaje que habla de lo cotidiano, características notables en todas estas películas mencionadas.
Estamos ante lo que respecto al Boom latinoamericano de la literatura de los años 60, Mario Vargas Llosa y Ángel Rama llaman una latinoamericanización de los contenidos, en este caso una colombianización de los contenidos, incluso una regionalización de los contenidos, y una universalización en las formas de contar. Me parece que eso es particularmente el nuevo cine colombiano.
¿Podría decirse que la ‘nueva ola’ de directores colombianos está construyendo otras identidades a partir de sus narrativas?
La palabra identidad es compleja. Este es un cine que desafía las identidades nacionales, las discute, por ejemplo esas películas que usted menciona están ampliando el concepto de Nación y le están incorporando identidades que no se habían tenido en cuenta o que habían sido excluidas de un proyecto moderno de Nación. En términos de producción también se puede decir que se va más allá, porque muchas son películas realizadas con fondos internacionales, que dialogan abiertamente, sin complejos, y con tradiciones que no son nacionales.
Entonces me parece que centrarnos en una identidad nacional a partir de estas películas es muy equivocado, es mirar ese conjunto de películas de una manera muy limitada.
¿Cómo se ve representado el conflicto armado en el cine colombiano y qué desafíos estéticos pueden proponerse para contar la violencia?
El ciclo del cine colombiano sobre la violencia empezó hace casi seis décadas desde el ‘Río de las Tumbas’ (1964) y hasta ahora no hemos dejado de narrar la violencia.
Lo que ha ocurrido en los últimos años es un desplazamiento del interés y de la manera de contar esa violencia, un reenfoque de los temas, pues básicamente nos interesa menos el gran acontecimiento, ya sea la masacre, el victimario, el hecho histórico mayúsculo y nos estamos acercando a representar más la huella de la violencia.
La representación de la huella de la violencia significa lo que queda después de que la violencia pasa por el territorio, por el paisaje, por los cuerpos. Creo que hay una idea de contar distinto, de reunir o de editar esas grandes construcciones históricas que ya han hecho los medios de comunicación y de posicionarse de una forma distinta frente a los hechos de la violencia, en un tono menor, digámoslo así, mirando más la ruina, más la huella, el eco de la violencia más que la violencia en sí.
En un escenario de eventual posconflicto, ¿cuál podría ser el reto de la industria del cine?
Es muy interesante este tema, ‘La Sombra del Caminante’ (2004) es una película que me parece clave en toda esta discusión, pues inició una nueva fase del cine colombiano. Esta obra cinematográfica se estrenó un año después de que se aprobará la Ley del Cine, circunstancia legal que obviamente es fundamental en todo este proceso, visualiza lo que podría llegar a ser un posconflicto, es decir la necesidad de mirarnos cara a cara y de entendernos desde el lenguaje y desde el reconocimiento de lo que pasó. Los dos personajes de esta película, cada uno desde una orilla, tienen que reconocerse y de algún modo perdonarse, una paradoja que indica que solo se puede perdonar lo que no tiene perdón.
Entonces me parece que el reto del cine en un escenario de posconflicto es plantear una mirada más compleja, es decir un país que ya no se puede reducir a esa lógica binaria de buenos y malos, víctimas y victimarios, sino algo que permita un reconocimiento de una humanidad común. Es difícil, esto puede ser frívolo, puede ser trivial pero también demanda una exigencia ética muy alta porque en la violencia todos hemos participado de algún modo.
¿Cómo a través del cine se pueden desmitificar esos patrones violentos que han sido impuestos por la televisión comercial?
Yo creo que rehuyendo las narrativas el desastre, es decir, no solo mostrar un país enfermo, un país condenado a reproducir la violencia circularmente, sino mostrar que puede haber algo más a través de personajes, de acontecimientos, de hechos, de situaciones, de películas y de documentales. Aquí en Colombia también tenemos ejemplos de heroísmo cotidiano, de posturas éticas, de algo que va más allá de esa sensación derrotista.
¿Cuáles son sus expectativas sobre el Festival de Cine de Neiva Cinexcusa?
Tengo mucha alegría de poder ir al Festival Cinexcusa. Me llama mucho la atención la calidad de sus invitados, el hecho de que hayan estado ahí personas como Lucrecia Martel o Josefina Licitra que va a estar este año, indica que es un festival que contribuye a una mirada renovadora y crítica sobre la realidad. Creo que a partir del cine, los eventos culturales o cualquier esfuerzo que se haga en este país por expandir la circulación de contenidos, por descentralizarlos y llevarlos a públicos nuevos, es algo digno de celebrar.
El reto del cine en un escenario de posconflicto es plantear una mirada más compleja, es decir un país que ya no se puede reducir a esa lógica binaria de buenos y malos, víctimas y victimarios, sino algo que permita un reconocimiento de una humanidad común. Es difícil, esto puede ser frívolo, puede ser trivial pero también demanda una exigencia ética muy alta porque en la violencia todos hemos participado de algún modo.