No resulta necesario ir a los más actualizados y sofisticados trabajos en Administración Pública para entender en qué consiste la cleptocracia. En términos muy precisos, la RAE la define como aquel “sistema de gobierno en el que prima el interés por el enriquecimiento propio a costa de los bienes públicos”.
Dicho lo anterior, se puede inferir que alrededor de Gustavo Petro se viene montando un entramado de corrupción que amenaza con timar la democracia. Funcionalmente, la corrupción es el combustible que sostiene al mismo régimen en cuestión y lo hace, ante la opinión pública, un sistema abiertamente cleptócrata.
Así, los escándalos de corrupción que rodean a la Administración por Sobresaltos no son cuestión ajena a los mecanismos que utiliza el mismo Gobierno para generar gobernabilidad. Sin corrupción, el gobierno del Pacto Histórico estaría reducido a la parálisis total de su propia incompetencia.
Entre más mediocre, inepto e incompetente un Gobierno más corrupto será, pues, sin el beneplácito de la población y con la impopularidad a cuestas, el Ejecutivo solo puede mantenerse en el poder del Estado (única fuente de riqueza para ellos) a través de una tupida red intereses creados, infectando las otras ramas del poder público.
Esto se explica porque los desvalijadores de las democracias defienden Estados megalómanos. De ahí lo peligroso de tener un Ejecutivo granuja, dado que con el dinero de los contribuyentes se dedican a comprar a legisladores y jueces; pulverizando el equilibrio de poderes, única garantía de la democracia.
Desconsolador panorama al que venimos asistiendo gracias a que el Congreso se ha convertido en un apéndice de la Administración por Sobresaltos y no satisfecho con ello, ahora pretende atragantarse con una Rama Judicial que, recientemente, fue señalada de funcionar a través de lo que vulgarmente se conoció como el Cartel de la Toga y sus raposas jurídicas.
Solo un Estado grande les proporciona a los cleptócratas los recursos necesarios y suficientes para comprar conciencias y favores. Sobre este andamiaje van destruyendo la democracia como lo hizo con las rentas petroleras un tirano tan cazurro como despreciable. Hablo de Juan Vicente Gómez, o el Gran Capagatos.
Valga la analogía, así como muchos progresistas señalan de criminales a quienes no repiten su credo revolucionario aun cuando sobre su defensa apasionada recaigan millones de muertos; asimismo, incurren en falsa moral al señalar de corruptos a los demás cuando ellos terminan siendo peor que los tunantes profesionales.
