No hay día en que no piense hacia dónde va Colombia. El país se debate entre optimistas y fatalistas del mismo hecho político: el proceso de paz. Adicionalmente el fenómeno de la corrupción lacera nuestro patrimonio público a manos de unos guaqueros que no tienen ni idea que es el trabajo honesto y productivo, por lo que el tema de la corrupción se toma la agenda política y económica de la Nación. Hoy los populistas, que con dolo y aprovechamiento del descontento y la frustración de la gente empiezan a sacar sus tentáculos para hacer de la Campaña Presidencial de 2018, nuestro propio capítulo de los indignados, deseando que cada colombiano se limite a leer memes y chats de mensajes de campaña superficiales para esconder así la incapacidad de proponer soluciones de fondo a los problemas que enfrenta Colombia.
Esta receta populista, producto del descontento por el descaro de la dirigencia pública y privada en el manejo de la riqueza, la probaron nuestros vecinos y hermanos venezolanos, un remedio envenenado que casi 20 años después descubre que su “Revolución” no fue bajo los principios de la democracia liberal sino que su “Democracia” sirvió, como lo hizo Cronos con sus propios hijos, para comerse su aparato productivo, sus instituciones y su cultura producto del esfuerzo y el trabajo de la gente.
En el otro extremo, observo también a la trasnochada “Derecha”, que con la terquedad que los caracteriza, pretenden implementar tesis y fórmulas válidas para la Colombia de hace décadas, en un irresponsable “cortar y pegar”, sin tener en cuenta los últimos acontecimientos que nos llenan de oportunidades. Oportunidades reales, que para aprovecharlas se hace necesario trabajar con 4 grandes aspectos: Grandeza para valorar, menos politiquería y más economía, menos clientelismo y más administración, menos corrupción y más probidad para ver los resultados en el horizonte.
Es en estos momentos en los que el empresariado pequeño, mediano y grande, en cuyos hombros descansa gran parte del equilibrio y la estabilidad del país, debe salir en compañía de sus trabajadores a defenderse del populismo de ambos extremos y de los que, con sus tulas de dinero corrupto, cooptan el Estado en nombre de la democracia, destruyendo a su paso la producción, el empleo y la riqueza.
La invitación es entonces a unir esfuerzos y recursos para mejorar las cosas sin poner en riesgo nuestros principios democráticos y económicos y por el contrario realizar las reformas para hacer que la riqueza llegue a todos con oportunidades, apoyando el emprendimiento, la innovación, la ciencia y la tecnología, priorizando recursos en la educación y protegiendo los dineros públicos de los corruptos. Todo esto se logra poniendo al frente de las responsabilidades públicas a quienes demuestren la capacidad y honorabilidad para hacerlo. Son los ciudadanos los que tienen el poder y la última palabra.