No hay duda de que el horizonte en el cual circundamos se nos presenta cada vez más desolador, absurdo y utópico en mejorarlo. Son muchos los “clichés” que desde la sociedad y en ella, nos encargamos de retroalimentar, y por qué no decirlo, de hacerlos más propios en lo impropio. No han sido pocos los que a lo largo de la historia se han venido presentando en tono mesiánico como la salida “salvífica” a todos nuestros “males”, sean cuales sean.
La ciencia cada vez más se esmera por hacer la vida más llevadera, aun cuando no todos tengamos acceso suficiente a lo que ella produce. Frente a este tipo de “absurdos” existenciales, sobresale el anhelo de “supervivencia”; aquella ansia que parece empujarnos a la atención inmediata de “ser-más-por más-tiempo”. Ahora bien, ¿qué motivos se requieren para que este tipo de “comerciantes” existan? Basta caer en la razón, ¿o en la ausencia de ella? de que parte de los motores que avivan dicha subsistencia es, en mayor o menor cuantía, nuestra responsabilidad. Pero más allá de esto, podríamos decir que hay otros motivos que robustecen a estos pseudo-comerciantes de “utopías”, como lo son los económicos y los de dominio. La necesidad tiene cara de centavo. Cuanta más necesidades de tener, más opciones tenemos de gastos. Y es esta necesidad de tener la que abre la exigencia de inversión. En este sentido, el gasto no es el fin, es decir: “Yo no gasto para necesitar; yo necesito, por lo tanto gasto”. Sin embargo, hay necesidad de necesidades. Hay unas que nos las creamos y otras que vienen con nuestra condición biológica. Hay una condición de abrigar mi cuerpo, sin importar, marca ni precio. Pero, pues, sabemos que estamos asistiendo a la construcción de una sociedad que se mueve por las marcas; entre tanto otros viven de ellas. Mientras que unos ven el gasto o la inversión como un requerimiento, otros, los pseudo-comerciantes, lo ven como el fin de su accionar. En otras palabras, quizá en sentido maquiavélico: lo que para unos es el medio, para otros es el fin.
Los “comerciantes de utopías” revolotean a la sombra no del mejor postor, sino del más necesitado. Se escuchan sus gritos sigilosos pregonando exclusividad en sus servicios; comerciantes que van y vienen con las salud de unos pocos desvaneciéndose por entre los dedos de la papelocracia; comerciantes de la instrucción por metro cuadrado que ven las aulas como corales; comerciantes del exterminio humano y el ocaso del mundo, so pretexto para asegurar un lugar en el estadio celestial; comerciantes de la mayor utopía, la belleza. ¡Loor, a ti, oh la más infamia de las utopías, pues engrandeces la cáscara de tallo y humillas la sabia del árbol! Pdta.: Saludos profesor Ananías, usted tuvo mucha responsabilidad en este artículo.