Con el overol y las botas puestas

La periodista de LA NACIÓN, Dai Trujillo, experimenta el periodismo de inmersión y se mete en la ‘piel’ de los pilotos militares. Durante un día, vivió toda una aventura en el corazón de la Fuerza Aérea Colombiana en Melgar, Tolima. Aquí narra la experiencia en primera persona.

 

Dai Trujillo

periodistadigital@lanacion.com.co

 

Yo fui de las niñas que corría por toda la cuadra cuando veía un helicóptero volando a baja altura y gritaba junto a mis amiguitos “¡adiós! ¡chao!” pensando en que quizás nos alcanzaban a ver y también se iban a despedir. Más o menos ese siempre fue mi imaginario de los aviones y los helicópteros, artefactos que veía y admiraba de lejos.

En medio de muchas conexiones, logré vivir la experiencia de la milicia y la mística militar. Aunque fui practicante del Comando Aéreo de Combate No. 4 de la Fuerza Aérea Colombiana hace algunos años, jamás sentí que era tener las botas puestas, hasta hoy.

La aventura

Muy a las 2:01 a.m. estaba mi alarma programada, y sí, no es una hora en punto porque me encantan los números impares; me levanté con toda la actitud, comí algo y pedí el taxi con destino a la Terminal de Neiva. Ya en el punto, me encontré con Willington, quien sería el encargado de documentar la hazaña periodística. Tomamos un bus a las 3:15 a.m. con destino a Melgar, Tolima.

Fueron poco más de 3 horas de recorrido que nos llevó a la Base Aérea TC. Luis F Pinto, espacio que conmemora 69 años de ser la cuna de los pilotos de ala rotatoria. Sobre las 7:00 a.m. estábamos en la ‘guardia’ que, en castellano, sería la entrada, pero con vigilancia y protocolos de seguridad. Allí hicimos el ingreso. Nos recibió la Técnico Segundo Nathaly Martínez, quien trabaja en el área de comunicaciones de la base y la persona que tenía preparado el itinerario para nuestro ajetreado día.

El día estaba algo gris, pero el bochorno era insoportable. Junto a Nathaly, ingresamos a la base y nos reunimos con el señor Mayor Alex Guerrero, el piloto militar bajo el que estaría al mando. El Mayor, quien tiene por call sing, o apodo, ‘Corsario’, me pidió que aprovecháramos el día y sin más preámbulos, me entregó el uniforme de deportes.

Con el mayor Alex Guerrero, ‘El corsario’.

‘El trine’

Una camiseta blanca de cuello azul, con el escudo de la fuerza, una pantaloneta azul a media pierna y tenis, componen el atuendo característico de los militares cuando tienen su horario deportivo, que habitualmente se realiza sobre las 5:00 a.m. o las 4:00 p.m., a mí me tocó sobre las 8:00 pero sin el sol incandescente, gracias a Dios.

No me lo van a creer, pero quien me dio la instrucción militar fue un comando que tenía por call sing ‘Machete’; apenas me dijeron, pasé saliva y respiré, pues, aunque hago ejercicio diariamente, sabía que me iba a costar.

Entre órdenes y gritos, comencé a hacer ejercicio, sin hacer caras sino simplemente siguiendo órdenes, logré notar como con solo unos minutos, la fuerza de mis brazos desaparecía y las ganas de que el comando dijera ‘terminar’ eran más fuertes. Para mí, todos los ejercicios fueron horribles, me faltó la respiración y como no estoy acostumbrada a ese trote, sin duda, la experiencia del ‘trine’ fue la peor y la que voy a recordar toda la vida.

Así fue la instrucción sobre el manejo de helicópteros.

El overol de vuelo

De la forma más veloz, me cambié, ahora debía usar un overol que es uniforme insignia de los pilotos militares. El rango que tenía mi overol era de Capitán, tres estrellas en mis hombros que obligaban, a quienes no me conocían y tenían un rango inferior, a darme los buenos días o las buenas tardes.

Continuamos con la instrucción y dimos paso a la visita de los simuladores de vuelo y la Escuela de Pilotos para las Fuerzas Armadas, EHFFA, encargada de darle el renombre de cuna de pilotos de helicóptero a la Unidad, conocimos algunos alumnos extranjeros que se forman allí, como pilotos militares.

Luego, con el sol sobresaliendo y las nubes despejándose, conocimos la zona operativa, espacio donde se ubica la rampa y la pista. Allí, conocimos algunas de las aeronaves que integran la flota aérea de la base; conocimos los hangares, a algunos técnicos aeronáuticos y el interior de muchos de los helicópteros.

Y como lo mejor siempre se hace esperar, sobre las 5:00 p.m. participamos de un sobrevuelo por Melgar y su área circunvecina, a bordo de un helicóptero tipo Bell 206 Ranger, helicóptero mediano con el que logré convertirme en piloto por un día.

Sin duda una experiencia que rompe todos los imaginarios que existen frente a la vida militar y que puede motivar a muchas personas elegir esa profesión y estilo de vida. Para todos mis amigos y mis conocidos que integran a la Fuerza Aérea, mi completa admiración y respeto, porque tener las botas puestas, no es nada fácil.

 

*Quienes quieran verme en acción, pueden ir a las redes sociales de LA NACIÓN y me ayudan con un like o comentario.

 

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