Gustavo Gómez Córdoba
Verdad. No existe. No es una sola. Como el prisma, el color de cada viso depende de la perspectiva del observador. Una comisión de once personas no la establecerá. Como pide Juan Carlos Flórez, ¡que nos cuenten dónde venden siquiera un libro que contenga la verdad! Utópica la determinación de una verdad que satisfaga a todos. Máxime cuando la implementación de los acuerdos de paz pinta ser tan cruenta como la guerra. Difícil un consenso sobre la verdad en el Edén, donde solo había dos personas (y una serpiente). ¡Menos acercarse a ella en esta aldea de cincuenta millones que comienza a sentir la tormenta electoral!
Objetividad. La reclaman todos en el ejercicio del periodismo, negándose a entender que tal exigencia recuerda la de las peras al olmo. Toda decisión periodística es subjetiva, porque el periodismo no lo hace HAL 9000 ni el Picatodo Moulinex. La subjetividad está presente en la manera de abordar, preguntar, titular, priorizar, escribir, transmitir y presentar. ‘Periodismo objetivo’ es un matrimonio de palabras que no necesita de muchos retoques para presentarse como risible oxímoron en el escenario de la realidad. Cosa diferente la exigencia de equilibrio o rigor en un oficio que dizque ejercen millones a través de las redes sociales.
Respeto. Derecho de cualquiera que respire. Vayámonos acostumbrando a las tutelas y demás acciones legales de los ex guerrilleros que crean ser objeto de calumnias. Lo que no quiere decir que los nuevos ciudadanos desconozcan un par de ineludibles deberes sociales. Uno, de estilo: paciencia en su proceso de reintegración social. Otro, de obligatorio cumplimiento según la palabra que empeñaron al firmar la paz: decir la verdad, acatar a los jueces, no reincidir y reparar a las víctimas. Dejaron el monte; no les queda bien comportarse como si los rigiera más la Ley del Monte que la Constitución (por maltrecha que se encuentre).
Longevidad. Muchos han sido sus supuestos garantes: la medicina, la alimentación, la lejanía de los vicios, la genética y hasta el clima. Después de tantos siglos se descubre al guardián de sus secretos. El iniciado cancerbero se llama Sergio Clavijo, dirigente gremial que propone aumento de cinco años en la edad de jubilación en Colombia, viéndonos calidades de insólita perennidad. Los señorones de la política y del poder económico tienen claro que las finanzas de este núcleo de la corrupción al que llamamos país solo sobreaguarán si todos nos morimos trabajando. ¿Anif o snif?
Aturdimiento. Torpe decisión la de atiborrar de hombres la delegación de escritores que representará a Colombia en Francia. Se le reclamaría machismo al ministro de Cultura, pero no hay tal: es ministra, y nadie entiende si se dejó marcar un gol olímpico o si olímpicamente se toma sus últimos meses en la entidad.
Fe. La que tenían los productores de etanol en un gobierno que los metió en grandes inversiones para luego clavarles el puñal por la espalda. Resoluciones ocultas satisfacen intereses ajenos al país y traicionan a los empresarios que generan empleo.
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Ultimátum. Ni más faltaba que no tuvieran los empresarios cuestionados el derecho de defender su buen nombre en medios de comunicación. Lo que sí se antoja grotesco son las rondas de entrevistas donde la lisonja prima sobre el juicio crítico. Las entrevistas son una herramienta de la curiosidad y no un escenario para batir la cola y, de paso, el récord Guinness de la adulación.