La Nación
ACTUALIDAD

Condenado inocente por homonimia

Un campesino fue condenado por un crimen que no cometió, sólo con la cédula y sin derecho a defenderse. La Corte Suprema de Justicia, ordenó su libertad inmediata seis años después de estar preso, solo por llevar el mismo nombre de un delincuente que asesinó a un conocido comerciante en Acevedo, Huila. Un campesino fue condenado por un crimen que no cometió, sólo con la cédula y sin derecho a defenderse. La Corte Suprema de Justicia, ordenó su libertad inmediata seis años después de estar preso, solo por llevar el mismo nombre de un delincuente que asesinó a un conocido comerciante en Acevedo, Huila. RICARDO AREIZA LA NACIÓN, Neiva Aunque parezca insólito, un pequeño comprador de café fue condenado por llevar el mismo nombre de un criminal al que nunca conoció. El labriego, residente en la vereda La Palma, en Acevedo, Huila, fue sentenciado a 22 años de prisión sólo con la cédula. El humilde labriego, nacido en el Guamo, Tolima, pero radicado desde hace 30 años en su pequeña parcela que le dejó su madre, pagó seis años de cárcel por un craso error que no vieron los jueces que lo sentenciaron en primera y segunda instancia por un crimen que no cometió.  Pero además, sin derecho a defenderse. El campesino Rafael Torres Torres, de 57 años, recobró la libertad el 19 de julio pasado, tres días antes de cumplir los seis años de prisión que le impuso injustamente el Juzgado Primero Penal del Circuito de Pitalito, que instruyó el irregular proceso. Agobiado por los rigores de la prisión, el campesino regresó a su pequeño terruño al lado de su esposa Mariela y sus hijos, quienes quedaron abandonados hasta cuando la Corte Suprema de Justicia, decidió revalidar las condenas de primera y segunda instancia, atendiendo una revisión legal, fundamentada por el abogado Juan Manuel Carrillo Torres. “Creí que no saldría vivo de la prisión, por un crimen que no cometí, por un error que no admitió la juez y que me sentenció sin deber nada, sin darme la oportunidad de defenderme antes de semejante condena”, declaró Torres, desde su parcela en Acevedo. “Gracias a Dios que me sacó con vida, gracias a la Virgen Santísima que salí vivo de ese infierno donde me tuvieron secuestrado, relató convencido que en su caso, se cometió no solo una injusticia, sino un atentado contra su dignidad. El pequeño propietario fue condenado por el homicidio de su amigo y vecino José Erasmo Vergara Téllez, ocurrido hace 15 años, en un asalto perpetrado por delincuentes comunes cuando regresaba con sus dos hijos de vender unas cargas de café en Pitalito. Así el crimen El crimen ocurrió el 24 de enero de 1997en la vereda El Higuerón, en la vía entre Pitalito y Acevedo. En una curva, la camioneta fue interceptada por tres asaltantes quienes portaban armas de fuego de corto alcance. Los pistoleros obligaron a las víctimas a entregarles los tres millones de pesos que llevaban producto de la venta de un café. Entre los delincuentes figuraba Luis Humberto Moreno Lemus, quien confesó el crimen del pequeño comerciante. “Lo maté porque el cucho no se quedó quieto”, confesó el asesino, quien además, delató a los demás cómplices. El homicida tras confesar el crimen, se acogió a sentencia anticipada y señaló a Rafael Torres Torres (alias ‘Pechuga’ el homónimo), Juan Carlos Quintero (‘El Calvo’) y al taxista José Eduard Rojas Bermeo (sobrino del occiso), como los otros partícipes en el hecho criminal.  El taxista falleció posteriormente. Con esta declaración un investigador de la Fiscalía verificó con la Registraduría la identificación del supuesto implicado y sin ninguna otra prueba el labriego fue vinculado a la investigación hasta que fue emplazado y condenado como persona ausente. Cerrada la investigación el campesino fue llamado a juicio el 9 de septiembre de 1997, ordenando su captura. Insólita condena El Juzgado Primero Penal del Circuito de Pitalito, lo condenó por error el 20 de noviembre de 2002 a 22 años de prisión. La misma pena le fue impuesta a Juan Carlos Quintero López, además de inhabilidad de diez años y al pago de 46 millones de pesos por perjuicios causados a familiares de la víctima. El despacho judicial los condenó como cómplices del delito de homicidio agravado y coautores de hurto calificado agravado. En la misma providencia decretó la prescripción de la acción penal por el delito de porte ilegal de armas de fuego de defensa personal. La sentencia fue confirmada por el Tribunal Superior de Neiva el 30 de enero de 2004, quedando ejecutoriada, sin fórmula de juicio. La pesadilla Dos años después de proferido el fallo, el campesino, sin deber nada, se presentó voluntariamente a la Policía informado sobre la orden de captura. Desde entonces su vida se convirtió en una pesadilla. Recluido en la cárcel de Pitalito, padeció lejos de su familia, los rigores del encierro, atormentado por un crimen que no cometió y sin derecho a defenderse. “Gracias a mi mujer, tan guapa ella, que logró sacar adelante a los cuatro niños que se quedaron solos y sacar adelante la pequeña finca”. Ese era mi tormento”, declaró a LA NACIÓN, desde su finca cafetera. “No tuve un minuto de alegría, para mi todo fue un infierno, temía que trasladaran, y no volvería a ver a mi familia. Ese sufrimiento era el que me mataba”, declaró Torres. Craso error Según el abogado Juan Manuel Carrillo Torres, la juez no se hizo un estudio comparativo de las características físicas y cronológicas del delincuente y las del propio labriego para así advertir las claras diferencias entre ellos.  “Las diferencias -agregó-, eran tan protuberantes y sin embargo, no fueron tenidas en cuenta. Esta falencia terminó en la condena de un inocente por homonimia”. El verdadero implicado, nacido en Florencia, Caquetá,  por las características reveladas por sus compinches era delgado, de regular estatura,  piel trigueña, cabello negro, crespo, con bigote y barba,  con una cicatriz en el lado derecho de la cara y con dientes postizos. El verdadero criminal, de 28 años, con otra cédula, vivía en el barrio la Virginia de Pitalito y en ocasiones se desempeñó como ayudante en un taller de artesanías. “Las características morfológicas del delincuente vertidas en las diversas piezas procesales no necesitan gran esfuerzo mental para interpretarlas, son de bulto, saltan a la vista”, argumentó el defensor Carrillo Torres.  “Mientras la edad del delincuente delatado que participó en el homicidio de Vergara Téllez hacían referencia a una persona de buena estatura, 1.75 a 1.80 metros, de 28 años de edad, con cicatriz al lado derecho de la cara, mi defendido solo alcanza a 1.62 metros, para la fecha de los hechos contaba con 42 años, no posee señales particulares en el rostro como se aprecia en las fotografías”, insistió Carrillo Torres. Sin defensa A pesar que Torres Torres ha vivido toda la vida en la vereda La Palma a15 kilómetros de Acevedo nunca fue citado ni notificado de la diligencia judicial, sin poder defenderse.  Increíblemente los funcionarios del CTI se equivocaron de lugar y lo buscaban en la vereda La Palma en Pitalito, inexistente, según lo certificó la Oficina de Planeación. Según el jurista, si estos elementos se hubiesen allegado al proceso, la decisión habría sido diferente. “La fotografía de Rafael a la fecha de comisión de los hechos, los registros civiles de sus hijos donde se consigna su lugar de residencia y las declaraciones extra juicio explicativas de la actividad por él desempeñada, además de ser una persona conocida en esa municipalidad habrían demostrado que su protegido no participó en el reato”, declaró Carrillo Torres. Tampoco los jueces valoraron los testimonios de los hijos del comerciante asesinado, quienes vieron a los propios asaltantes. “Aparece inexplicable que los hijos del occiso, residentes en la misma vereda de La Palma, nunca hubiesen sindicado del homicidio de su padre a Rafael Torres a pesar que este siguió realizando sus labores normales en la misma vereda de La Palma, por más de nueve años antes de su captura”, aseguró el magistrado de la Corte Suprema de Justicia Javier Zapata Ortiz, quien reversó la injusta decisión y ordenó la libertad inmediata del inocente, a quien condenaron sólo con la cédula. Juan Manuel Carrillo, defensor.