Desde hace 26 años Mabel Quenguan se dedica a vender confites, cigarrillos y chicles en las calles de Neiva. Desde hace 26 años Mabel Quenguan se dedica a vender confites, cigarrillos y chicles en las calles de Neiva. Por medio de este informal empleo, la mujer oriunda del departamento de Nariño, ha podido sacar adelante a sus cuatro hijos. MARIO PORTILLO LA NACIÓN, NEIVA Mientras muchos rumberos se alistan para danzar cada fin de semana, Mabel Quenguan alista su chasa de dulces para salir a conquistar la vida. Con su caja de confites surtida y la mejor disposición para atender a sus clientes, la mujer se ubica cada noche en las zonas de rumba del centro de Neiva. Mabel llegó al Huila hace 40 años de la mano del hombre que en ese entonces era su todo, su esposo. Él era artista circense y en una de sus correrías se enamoró de Mabel y le propuso radicarse en tierras huilenses. De esa manera, desde su natal Ipiales (Nariño), la mujer llegó a Neiva a la edad de 16 años. El arribo no fue fácil, pero tras la promesa de un amor eterno y las expectativas de mejorar las condiciones de vida, Mabel optó por emplearse y ayudar a solventar las necesidades de alimentación y vivienda. “Cuando llegué a Neiva comencé lavando ropa en casas de familia, haciendo oficio en dichos lugares, pero la verdad es que fue un trabajo muy duro porque no me pagaban como era debido o me quedaban mal”. “Pero tocaba hacerlo porque mientras él estaba trabajando en el circo, había que conseguir dinero para los gastos y por eso me puse a trabajar. No era fácil, cuando llegamos acá vivimos por distintos lugares, en invasiones y otros barrios bien pobres, a uno recién llegado le toca así”, explicó Mabel. Pasaron unos meses y por sugerencia de su pareja Mabel se vinculó al mundo de las ventas informales, más específicamente al de los confites y cigarrillos, trabajo en medio de las almas que danzan y celebran cada fin de semana. “Un día mi esposo me dijo que vendiera dulces, que era bueno, entonces empecé con un cajoncito y vendía en forma ambulante. En ese tiempo trabajaba en la Zona Rosa del Altico, era muy bueno porque era una zona de muchos negocios de rumba y lo dejaban a uno entrar a vender”. “Ahora es diferente porque la Zona Rosa en primer lugar se acabó allá en el Altico y los negocios están por distintos puntos de la ciudad, y ahora hay cosas en contra de uno como vendedor, por ejemplo, los negocios son cerrados, ya no dejan fumar ahí y entonces toca es estar afuera esperando que los clientes quieran algún producto”, expresó la mujer. Los hijos El tiempo pasó y con él llegaron los hijos de Mabel y su esposo. Ya para ese entonces la mujer llevaba un tiempo trabajando con su venta de dulces y eso la planteaba como una dama fuerte e independiente. “Luego empezaron a llegar los hijos y yo no paraba de trabajar, él no estaba a veces pero yo nunca más me volví a ir con él, ahora tenía a mis hijos y debía quedarme cuidándolos y trabajando”. “Con la venta de dulces era responsable de ellos, los alimentaba, les daba techo y empecé a darles educación. Todo muy humilde, pero logrado con el inmenso sacrificio de vender noche a noche dulces y cigarrillos desde las 7:00 p.m. y hasta las 4:00 ó 5:00 de la mañana”, manifestó Mabel. Algún tiempo después, el marido de Mabel abandonó el hogar y a la mujer en medio del dolor, lo único que la ayudó a entender que no podía renunciar, fue recordar que en casa tenía cuatro tesoros por los cuales había que luchar. “Cuando mi esposo se fue del hogar la situación estuvo muy difícil, mis hijos estaban pequeños y tenía que sacarlos adelante como fuera. Así que seguí trabajando con mi chasa de dulces y pues eran otros tiempos, mejores producidos, sin embargo no me dejé caer”, indicó la mujer. Hoy en día los cuatro hijos de Mabel son mayores de edad, todos fueron a la escuela, culminaron sus estudios de bachiller e incluso uno de ellos adelanta estudios en enfermería con el apoyo económico de esta incansable vendedora de dulces. ‘Es mi oficio’ En la actualidad y a sus 56 años la mujer continúa vendiendo dulces en las zonas de rumba de Neiva. Según lo menciona, la venta de dulces ya no es tan rentable como antes y su estado de salud se ha visto afectado, pero ella se mantiene en su oficio por el amor y agradecimiento que tiene hacia él. “Antes iba por los distintos puntos de rumba vendiendo, pero ahora no puedo porque en un accidente me partí un brazo y un pie y pues eso sumado a los años ya no me da para estar caminando como lo hacía antes. Antes salía temprano y trabajaba por el centro y ya por la noche me iba para la Zona Rosa, siempre caminando con la chasa”. “En alguna oportunidad pensé en dejar esto, pero me puse a reflexionar y miré que como quiera que sea este es mi oficio y en esto yo soy mi propia jefa, nadie me manda, trabajo el día que quiero y el tiempo que quiero, es que antes de empezar en esto tuve experiencias muy malas de trabajo, donde incluso me quedaron debiendo y había maltrato de parte de los jefes”, comentó Mabel. Dignidad En medio de su oficio, la mujer se ha tenido que enfrentar con clientes que de una u otra manera demeritan su trabajo como vendedora de dulces, frente a lo cual ella tiene muy claro que lo suyo es un trabajo digno y conoce más que nadie los frutos del mismo. “Uno se topa con gente que lo humilla o se molesta porque les ofrecen un dulce o cigarrillos y se creen con el derecho de tratarlo mal a uno, pero yo pasó por encima de eso porque con este trabajo he podido sacar adelante a mis hijos y les he dado una vida digna”, manifestó la mujer. Mabel es consciente de todo lo que ha podido conseguir por medio de su venta de dulces y tiene muy claro que todos sus sacrificios fueron hechos para que sus hijos tuvieran mejores oportunidades. “Precisamente para que a mis hijos no les tocara este oficio fue que yo decidí hacer todos los sacrificios que he hecho vendiendo dulces; un trabajo duro para que ellos pudieran tener otras profesiones. Los apoyé en todo lo que necesitaban en el estudio y hoy aún lo hago para que nunca tengan que coger un cajón de dulces”, finalizó. Fotos Mario Portillo Por medio de su venta de dulces, Mabel se hizo plenamente responsable de la crianza y educación de sus cuatro hijos. Noche a noche la mujer vende dulces, chicles y cigarrillos a los rumberos neivanos que frecuentan bares y discotecas del centro.