Francisco José García Lara
Las revelaciones de los jefes de cartel de Cali, hoy presos en Estados Unidos, demuestran que los narcotraficantes han logrado elegir presidentes, y seguramente gobernadores y alcaldes.
Hubo una época en Colombia en que había gente decente dedicada a la política (no es que ahora no haya, pero son muchos menos) que se opuso a que el narcotráfico permeara el ejercicio de lo público. Fueron cayendo gradualmente bajo las balas asesinas de los sicarios, dejando el país a merced de quienes conocían muy bien cómo utilizar el poder corruptor del dinero fácil.
Fuimos testigos de un presidente financiado con millones de dólares de los capos del Valle, quien se defendió asegurando que fue a sus espaldas. El mandatario siguiente, que acusaba vehemente al anterior, resultó salpicado como efecto bumerang luego de publicar una carta, cuando los propios capos le recordaron que también lo financiaron.
Luego se llegó al extremo de que la residencia presidencial fuera denominada en el bajo mundo como la “casa de nari” y se permitió el ingreso de reconocidos narcos y sus abogados por su sótano. Fue igualmente la época en que los paramilitares afirmaron que tenían el 35% del congreso y el presidente de turno dijo que le votaran sus proyectos antes que los metieran presos.
El más reciente fue la financiación del actual presidente en lo que se ha conocido como la “ñeñepolitica”, que de manera extraña no ha sido investigado, ni mucho menos aclarado, hechos que seguramente se constituirán en uno de esos cadáveres insepultos que abundan en Colombia, cuyo hedor servirá para recordar a los delincuentes que patrocinaron a quienes nos han gobernado.
Lo que no se sabe con precisión es si fue el narcotráfico el que corrompió la política o la política la que corrompió aún más a los narcotraficantes, pero no debemos olvidar que algún narcopolítico aseguró que era más rentable una alcaldía o gobernación que enviar un embarque de droga a Estados unidos.
Esa ha sido nuestra historia reciente, los narcotraficantes coronaron su mayor anhelo: tener presidentes o gobernantes propios, esos mismos que descaradamente vociferan a los cuatro vientos su honorabilidad, aunque todo el país conozca que están involucrados hasta los tuétanos con los delincuentes que han jurado combatir.
Da verdadera vergüenza verificar la falta de escrúpulos, decencia y dignidad de quienes nos han gobernado, pero da aún más tristeza evidenciar que los colombianos no asumimos ninguna responsabilidad por haberlos elegido, olvidando que fue el voto de muchos y la indiferencia de otros lo que les permitió ejercer, los otrora, tan decorosos cargos.