Creo en el Dios de la misericordia

«En aquel tiempo, solían acercarse a Jesús los publicanos y los pecadores a escucharle. Y los fariseos y los escribas murmuraban entre ellos: – «Ése acoge a los pecadores y come con ellos.» Jesús les dijo esta parábola: – «Si uno de vosotros tiene cien ovejas y se le pierde una, ¿no deja las noventa y nueve en el campo y va tras la descarriada, hasta que la encuentra? Y, cuando la encuentra, se la carga sobre los hombros, muy contento; y, al Regar a casa, reúne a los amigos y a los vecinos para decirles: ¡Felicitadme!, he encontrado la oveja que se me había perdido» (Lucas 15,1-32).

Padre Elcías Trujillo Núñez

Sin duda, que una causa importante del éxito del mensaje de Jesús cuando se empezó a predicar por todo el mundo hace más de dos mil años, fue que mostraba a un Dios lleno de misericordia, y que invitaba a todo el mundo a extender a cada día y para toda situación esos mismos sentimientos de misericordia, de cariño y amor, de perdón sin condiciones.

En aquellas civilizaciones paganas tan llenas de dureza, en las que la compasión a menudo era considerada un sentimiento propio de gente floja, y en las que se daba culto a la ley del más fuerte, predicar a un Dios que no condena, sino que consuela y enjuga las lágrimas fue una gran novedad y, para muchos, una gran alegría. Invitar a todo el mundo a vivir según esos criterios, fue una revolución. Quizá ahora, en el siglo veintiuno, habrá que volver a decirlo en voz muy alta: que nuestro Dios, el Dios de los cristianos, es el Dios de la ternura, de la misericordia, de la acogida del que se equivoca o fracasa.

Porque en esa nuestra civilización, tristemente, podemos ver como por todas partes se cultivan y promocionan las actitudes que invitan a mirar siempre por uno mismo, a buscar siempre lo que a mí me conviene sin preocuparse por los demás, llegando a considerar como algo sin ningún valor, e incluso como algo ridículo, todo lo que sea compasión, perdón, ponerse en la piel del otro, buscar el bien de los débiles y de los que se pierden.

En definitiva, que parece que tener corazón, tener un corazón como el de Dios, es una tontería, algo propio de personas que no triunfarán en la vida. Como cristianos, preguntémonos hoy, si nuestras actitudes son las actitudes de Jesús, las actitudes de Dios. Preguntémonos con qué ojos miramos a los que no han sido capaces de salir adelante en la vida, a los que están hundidos en el mal, a los que han seguido caminos que llevaban al fracaso.

A la luz del evangelio de este domingo, preguntémonos con qué ojos miramos las debilidades y las miserias que hay a nuestro alrededor. Y pidamos ser capaces de amar tan hondamente y con tanto desprendimiento como nuestro Dios.

Destacado: “A la luz del evangelio de este domingo, preguntémonos con qué ojos miramos las debilidades y las miserias que hay a nuestro alrededor. Y pidamos ser capaces de amar tan hondamente y con tanto desprendimiento como nuestro Dios”

Pie de foto: En ninguna otra parábola ha querido Jesús hacernos penetrar tan profundamente en el misterio de Dios y en el misterio de la condición humana.

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