«En aquel tiempo, Jesús propuso esta parábola a la gente: «El Reino de los cielos se parece a un hombre que sembró buena semilla en su campo; pero, mientras los trabajadores dormían, llego un enemigo del dueño, sembró cizaña entre el trigo y se marchó. Cuando crecieron las plantas y se empezaba a formar la espiga, apareció también la cizaña. Entonces fueron los trabajadores a decirle al amo: “Señor, ¿qué no sembraste buena semilla en tu campo? ¿De dónde, pues, salió esta cizaña?” El amo les respondió: “De seguro lo hizo un enemigo mío”. Ellos le dijeron: “¿Quieres que vayamos a arrancarla?” Pero él les respondió: “No. No sea que, al arrancar la cizaña, arranquéis también el trigo. Dejad que crezcan juntos hasta el tiempo de la cosecha, y cuando llegue la cosecha, diré a los segadores: Arrancad primero la cizaña y atadla en gavillas para quemarla; y luego almacenad el trigo en mi granero”». Luego les propuso esta otra parábola: «El Reino de los cielos es semejante a la semilla de mostaza que uno siembra en un huerto. Ciertamente es la más pequeña de todas las semillas, pero cuando crece, llega a ser más grande que las hortalizas y se convierte en un arbusto, de manera que los pájaros vienen y hacen su nido en las ramas». (Mateo 13,24-43).
Padre Elcías Trujillo Núñez
Jesús en el evangelio de este domingo, nos muestra el amor paciente del Padre y para ello nos presenta el ejemplo de un agricultor que sembró buena semilla en sus campos, pero sus enemigos valiéndose de la oscuridad de la noche, sembraron cizaña. Cuando aparecieron juntos el trigo y la simiente, los sirvientes sorprendidos, fueron a contar al dueño lo sucedido, proponiéndole cortar de inmediato la cizaña, pero el dueño que conocía bien su propio oficio, ordenó prudentemente esperar hasta el tiempo de la cosecha para separar el trigo de la cizaña, pues en ese momento el peligro era dañar las plantas del trigo mientras se arrancaba la cizaña. Muy sabia y prudente la decisión de aquél hombre.
Con esto nos está dando la señal del proceder de nuestro Padre Dios que tiene todo el tiempo para esperar amorosamente a que respondamos con amor al infinito amor que Él nos tiene.
Fácilmente nos damos cuenta que contrasta su actitud con la nuestra que, por una parte, desde nuestra propia condición queremos dividir a los hombres en buenos y malos y quisiéramos acabar de una vez por todas con éstos últimos, y luego indudablemente nos colocamos detrás de los buenos. Y luego en posición de revancha y venganza queremos arrasar con los vencidos. Esto no entra definitivamente en los planes de Dios. A quienes trataron a Cristo con tanta impiedad y sin ninguna misericordia, en lo alto de la cruz, Dios los hizo portadores de su perdón, de su amor y de su misericordia. Esa fue la venganza de Dios. Y nosotros, en nuestro diario actuar frente al mal que aqueja a nuestro mundo, donde parece que la violencia, el crimen, la sangre, la infidelidad y la mentira son el pan de cada día, no podemos entonces proceder con indiferencia ni mucho menos con un insoportable a mí que me importa, ni mucho menos con indiferencia, ni tampoco con una suspensión de nuestra responsabilidad, pretendiendo dejarlo todo en manos de Dios, pues en cada uno de nosotros hay un fondo de maldad sí, pero también un corazón que puede ser generoso, y un Espíritu de Dios que impulsa nuestra acción para proceder silenciosamente, como el fermento en la masa, con un compromiso serio, firme, continuado y profundo de colaborar al nacimiento de una nueva humanidad donde los males que nos aquejan puedan ser cosa del pasado, y la humanidad pueda convertirse no en un gran imperio de los poderosos, de los sabios y de los astutos, sino un mundo en donde todos tengamos la oportunidad de vivir comiendo el pan que Dios dispuso para todos.
De ahí entonces, seamos como la levadura que con una pequeña cantidad puede fermentar toda la masa, con nuestro apretón de manos, con nuestra sonrisa, con una visita al que va pasando mal momento, con un gesto de solidaridad.
Nota: este cuarto domingo de julio, celebramos la Jornada mundial de Abuelos y Ancianos, damos gracias a Dios por su presencia en nuestras familias.