Cristóbal, el poeta

Benhur Sánchez Suárez

 

¿Qué tenemos en común Cristóbal Valdelamar Moreno y yo? Bueno, que somos escritores, él poeta y narrador, yo narrador. Y que nacimos el mismo año, 1946, aunque yo me le adelanté ocho meses y un día.

También lo dos huimos de la provincia para llegar a Bogotá en busca de mejores oportunidades, él procedente de Cartagena y yo de Pitalito.

Ambos fuimos profesores, aunque él siguió toda su vida el camino de la docencia, hasta llegar a ser Licenciado en Filología e Idiomas con especialización en Literatura Hispanoamericana y Maestría en Comunicación, y yo fui maestro de escuela solo cinco años y me fui por otros rumbos.

Los dos hemos ejercido nuestro trabajo en varias ciudades, Cristóbal en Cartagena, San Andrés Islas, Quibdó y Bogotá. Yo en Bogotá, Neiva e Ibagué.

Él se me adelantó en su aparición literaria pública porque en 1963, en el Diario de la Costa, publicó su primer poema, “Un poema de amor para la luna”, y yo lo hice en 1967 en Bogotá en la revista Lámpara con mi texto “La última tormenta”.

Luego coincidimos en “Contracartel”, taller literario, del cual Cristóbal fuera uno de sus fundadores, y yo aterricé en él por fraternal invitación de Joaquín Peña Gutiérrez.

Los dos somos pensionados, él de la Universidad Distrital y yo del Banco de la República.

Y los dos fuimos operados del corazón en Bogotá, él en la Clínica Palermo en el 2001 y yo en la Fundación Cardio Infantil, en el 2010. De esta experiencia dejó su libro, “Clínica de espejos” (2006) y yo un corto relato que incluí en mi libro de recuerdos “Cantata en yo mayor” (2016)

Ambos profesamos un amor intenso por la literatura, hemos publicado un montón de libros, con los cuales demostramos nuestro oficio, y los dos tenemos 71 años.

Así la vida, la vida de los dos.

He admirado en Cristóbal su manera de enfrentar el lenguaje. Directo y no exento de metáforas, predomina aquel que no se desvía de su objetivo, que ha sido siempre dejar constancia del mundo que nos ha tocado vivir. Incluso ante la muerte.

Él junta palabras para denotar un nuevo significado, por ejemplo “solaedad”, en su libro “Pieles de la ciudad” (1990) o “Abrilumbre”, en “Del amor, el desamor y otros ensueños” (1996), o “Marynero”, en “Más negremas” (2001), entre otros. Experimental, dirán algunos.

Y también está su libro “Cantos pandóricos” (2012) publicado en Buenos Aires, Argentina.

Ahora sale “Ciudad sin P*”, antología personal, publicado por Caza de Libros, en Ibagué. Hay que leerlo.

En Cristóbal también admiro su sabiduría y su manera pausada de asumir la vida. Y en eso nos diferenciamos.

¡Salud, Cristóbal Valdelamar Moreno!, por los parecidos y las diferencias. ¡Salud amigo entrañable!

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