En el Huila, 152 emergencias entre deslizamientos de tierra, fuertes vientos, caídas de árboles, crecientes súbitas e inundaciones, han dejado a más de 415 personas damnificadas durante esta temporada invernal. Sin embargo, al revisar el patrón de desastres de años anteriores, lejos de ser nuevo, es recurrente. Aunque las lluvias y vientos son innegables, culpar exclusivamente al cambio climático, es evadir nuestra responsabilidad en todo esto.
Por lo general, a nuestras ciudades les incomoda el agua, buscamos evacuarla rápidamente. Es así como cauces de ríos o quebradas son canalizadas, mientras se construyen alcantarillados incapaces de recibir los grandes volúmenes de escorrentías, generados no solo por la variabilidad climática, sino principalmente por la impermeabilización de los suelos urbanos. Debido a la pavimentación de sus superficies, las ciudades reducen drásticamente su capacidad para amortiguar las intensas precipitaciones. Por consiguiente, los ciclos hidrológicos son alterados, en lugar de infiltrarse en el terreno y ser absorbida por este, el agua debe ser conducida a los sistemas de drenaje, muchas veces taponados por basuras y escasos mantenimientos. En consecuencia, expone a sus poblaciones a inundaciones y al deterioro de su infraestructura.
Indudablemente, otro aspecto que se suma a los riesgos que trae el invierno, se debe a la construcción sobre el cauce de ríos. La expansión urbana informal, aumenta la vulnerabilidad de sus pobladores ante posibles impactos climáticos asentándose alrededor de estas áreas. Asimismo, la deforestación de bosques enteros ha dejado el suelo desnudo y frágil; débil y sin el poder cohesivo de las raíces de los árboles para evitar deslizamientos y la erosión.
El 70% de los municipios del departamento, tanto en zona rural como urbana, se han visto impactados y las causas de estas calamidades son, en gran parte, atribuibles a nuestras propias acciones. Como bien decía Albert Schweitzer, “El hombre difícilmente puede reconocer los daños de su propia obra”. Tengo fe en que aceptemos con humildad nuestros errores y dejemos de usar al cambio climático como el comodín facilista para excusar las torpes decisiones de nuestra especie.