Para nadie es un secreto el hecho de que por estos días prácticamente la única forma de tener la oportunidad de ingresar a trabajar es por una recomendación política. Alcaldías y demás, buscan dar acomodo y cumplimiento a los favores recibidos en campaña; unos, como forma expresa de agradecimiento a quienes estuvieron en las buenas y en las malas; y otros, un poco menos recurrentes, por eminentes compromisos previamente constituidos.
El fin de esta columna no es criticar esa circunstancia. No soy hipócrita. Solo busco, mejor, tratar de comprender cómo funciona el sistema hoy en día, donde prima de forma directa el vínculo que se tiene con el gobierno de turno, más que con algún tipo de condición propia de quien resulte beneficiado laboralmente.
A pesar de que muchos ya hayamos podido alcanzar una meta, otros por el contrario siguen a la expectativa de poder hacerse con una simple oportunidad. Y la verdad es cierta, es igual de difícil llegar que mantenerse, pues los espacios son cada vez más reducidos, y la demanda, aumenta constantemente.
Sé que hay cientos de personas que hoy tienen sus esperanzas puestas en un político amigo. Sé que son personas que día y noche buscan la oportunidad para entrevistarse con él, de llamarlo, o de mandarle recados. Pero sé también que son muchas de esas personas las que no conseguirán la tan deseada ayuda, y no porque quien se las prometió eventualmente se las niegue, sino porque simplemente es imposible dársela a tanta gente.
Supongan que, por ejemplo, un concejal de Neiva haya obtenido 1.200 o 1.500 votos ¿Creen ustedes que ese concejal podrá ayudar a emplearse siquiera a la mitad de esas personas? ¡Es absurdo! El voto hoy, en su mayoría, no se da por la férrea convicción de un programa o de un ideal, sino con la esperanza de que al ganar, ese político pueda ayudarle en algo a alguien. Y ante esa realidad, quienes obtengan esa ayuda guardarán el sentimiento de gratitud y beneplácito por el apoyo obtenido, mientras que los que no, pensarán que su voto estuvo viciado por timos y engaños, por promesas infecundas de esos “politiqueros de mierda”. Es así en todas las esferas y dimensiones reconocidas, desde pequeños pueblos hasta grandes ciudades.
Siempre se mantendrá vigente esta división. Las cuotas políticas se seguirán imponiendo mientras no se piense en la manera de cambiar la concepción de la gente, enfocándola hacia una dimensión distinta del concepto de política y trabajo social. Los puestos seguirán supeditados al favor que se pueda recibir, y esto creará un paralelo entre quienes logran alcanzar un cupo y entre quienes seguirán esperando su turno.
Hoy la conclusión es que hemos sido privilegiados los que tuvimos la fortuna de alcanzar una oportunidad, y será una tarea ardua ganarnos la posibilidad de quedarnos. Mientras que son muchos los que siguen en la lista de espera, algunos con la bendición de que tarde o temprano se les dé el chance, otros a los que definitivamente les tocará intentarlo en otras ocasión. Así están las cosas.