La burocracia, creada racionalmente para consolidar eficiencia administrativa, se convirtió en infierno para los ciudadanos. Pavoroso laberinto comandado por burócratas mediocres. Enorme muro de contención para proteger la inoperancia de un Estado corrupto. Infame selva de papel y sellos, de tintas y sangre, de esperas y muertes.
Los burócratas se comportan con la implacabilidad de un victimario detrás de un escritorio o una ventanilla. Máquinas indiferentes con las angustias de seres humanos, alienados por el mandato de un inciso.
Basta caer en los enredos burocráticos de Davivienda y Hacienda Municipal para sentir el ardor infernal, laberinto de ciegos callejones. No importa pagar impuestos en el banco, el municipio certifica ninguna recepción.
Al Municipio poco le importa la presentación del recibo de pago, lo ignora, lo desaparece. Con soberbia burocrática, exige otro certificado de pago. Condena a la víctima a un vaivén sin salida.
Nunca un horror tan horroroso como pedir una certificación de pago en Davivienda. Poco importa si lo solicitas en provincia o en la capital, si lo haces como cliente o como ciudadano, con o sin derechos de petición. El resultado siempre el mismo, triunfa la mediocridad del burócrata, crece la muerte del condenado.
A Davivienda no le importa si insiste con el sello bancario, lo anula un número invisible. Ni siquiera el número del cheque importa, no hay respuesta. Menos importa el angustioso tiempo perdido detrás de ese comprobante; ese papelito se convirtió en el más profundo misterio del esoterismo mundial.
A sus burócratas solo les interesa demoler clientes. Como enfermos mentales, algunos disfrutan los dramas ajenos. Parecieran equilibrar con sus víctimas las represiones hormonales. Víctimas y victimarios al mismo tiempo de un sistema inhumano.
Y mientras el ciudadano-víctima se pierde en su inhóspita burocracia, los burócratas de Hacienda Municipal atacan con armas del Estado. Fingiendo legalidad y honestidad, embargan cuentas del torturado, lo extorsionan. Poco importa la vida del ciudadano con tal de recaudar su extorsión.
Proponen entonces nuevas formas de pago, nuevas tenazas de presión. De pronto, se piensa en el nauseabundo olorcillo de la corrupción, la intriga de burócratas infectados por la podredumbre del dinero. Moral del Estado colombiano, podrido a lo largo y a lo ancho, en la superficie y en la profundidad. Se presiente el horrendo contubernio entre lo privado y lo público; origen de todas las decadencias, morales y humanas de grandes y pequeños burócratas colombianos.
Razón tenía George Orwell. Describió la burocracia como: “… gran maquinaria que se mueve por sí misma, sin considerar la humanidad de la víctima”. Enorme guillotina para decapitar ciudadanos donde el burócrata actúa como un verdugo estatal.