Cuando uno termina de leer la última entrevista que El Espectador le hizo a Horacio Serpa es ineludible que lo invadan dos sensaciones inconfundibles cuando se llega a la última pregunta. Primero, realización personal por haber aguantado la lectura de las 17 respuestas anquilosadas que viene repitiendo desde los tiempos del ruido, sin perecer en el intento, y, segundo, pavor, ese miedo visceral de ultratumba que surge desde lo más recóndito del hígado y que hace eriza el vello de los brazos. Todo porque al mejor estilo de un viejo zorro de la política dijo sin decir que aspiraría como cabeza de lista al Senado por el Partido Liberal. No sé en qué nos equivocamos, pero por lo visto hicimos enojar a los dioses de la democracia para recibir tal castigo.
El problema no es con Horacio Serpa, no, es con todos aquellos veteranos políticos de 4 soles en cada hombro cuya viudez de poder les lleva a intentar piruetas electorales claramente nocivas para la democracia. Sus derrotas, rifirrafes y polémicas que en el ayer fueron la base de su éxito esporádico en las urnas colombianas son marcas indelebles que llevan sobre sus espaldas y que les acompañarán por el resto de sus días, trasladar esos fantasmas al Capitolio Nacional es enturbiar aún más las aguas revueltas de esa institución.
Ni ustedes ni sus hijos son la renovación, no se digan mentiras y tampoco traten de hacérselas creer a un grueso del electorado de este país que aún vota por colores o por caciques. De delfines y dinosaurios está plagada nuestra historia y es por ello que Colombia por momentos parece estancarse con los mismos nombres, las mismas mañas y los mismos intereses de siempre. La Constitución les da todo el derecho a ser elegidos, es cierto, pero que sea la dignidad de los nuevos aires que soplan por estos lares la que no les permita lanzarse en una campaña que sólo desenterrará los temores del pasado y resucitará los odios vencidos.
Tienen los votos para hacerse elegir, de eso no hay duda, quizás no con las aplastantes palizas de sus épocas de grandeza, pero con lo suficiente para que hablen de ustedes de nuevo y así apaciguar la ansiedad de poder que ya no pueden seguir ocultando más. Como un adicto que recae, ustedes están a un paso de destruir la detox política de la nación, una catarsis necesaria que poco a poco se iba dando conforme los maltrechos apellidos saturados de prensa iban desapareciendo de los tarjetones.
El problema no es que estén viejos, el problema es que son obsoletos. El desgaste al que se vieron sometidos contaminará el Congreso y dará al traste con las esperanzas de las nuevas caras que aspiran terminar la tarea que ustedes no pudieron hacer.
Obiter dictum: No conocía a Nairo Quintana sino hasta este domingo cuando prendí el televisor. Como buen colombiano me subiré al bus ganador y lo apoyaré, pero le pido que no confunda confianza con prepotencia porque todavía no ha ganado nada.