De “doctores” y “doctoras”

Tenemos muy equivocado el concepto de doctor en el ideario colombiano. Doctor, en la más estricta connotación y significancia, trata de aquella persona que ha alcanzado el título académico de doctorado; simple y sencillo.
 
Tristemente nuestra supuesta condición genética de ser personas abnegadas y sumisas nos ha encaminado a creer, abruptamente, que todo aquel funcionario que desempeñe una labor un tanto superior a la nuestra, o que gane un poco de dinero más que uno, es un “doctor”. Ésta palabra mágica, pereciera, se hizo común para disimular un estado de conformismo hacia el sentido profesional de la función pública, llevándonos a catalogar a cualquier individuo como “doctor” por el simple hecho de ser o estar en una mejor posición que la nuestra, agotando el verdadero valor que tiene el alcanzar uno de los máximos títulos universitarios a los que puede acceder una persona después de mucho esfuerzo y dedicación.
 
Nos autosatisfacemos apelando a un título que no tenemos, por la simple imposibilidad de exigirnos una superación día tras día.
 
Muy a pesar de que esta es en sí misma una situación horrible para cualquier sociedad en vía de progreso, otro mal aberrante es la degradación que se les está dando a los verdaderos títulos universitarios. Debo reconocer en estas líneas el malestar que me causa cada vez que una persona me llama “doctor”, cuando mi verdadera titulación y profesión es la de abogado.
 
En Colombia les llamamos “doctor” a todas las personas que, en teoría, tienen una mejor posición social. Para nosotros un “doctor” es por igual un médico, un abogado, un economista, un contador, un psicólogo, un administrador, o cualquier otro profesional (aunque a veces reconocemos como “doctor” a alguien por su simple condición económica, así nunca haya pisado una escuela -que cosa tan grotesca-) irrespetando, per se, su natural condición académica.
 
Esta plaga de “doctorismo” afecta principalmente las oficinas públicas del país. Es impresionante como abundan “doctores” y “doctoras” en cada una de las entidades del Estado. Es algo tan peculiar, que si un extranjero fuera de contexto llegara de visita, por ejemplo, a la Alcaldía de Neiva, se llevaría una impresión desaforada al creer que todos los funcionarios que allí laboran son en realidad doctores, así la mayoría carezcan de imprescindible fundamento para ser siquiera profesionales decentes.  
 
Es triste darse cuenta como cosas tan elementales nos degradan y nos hacen lucir como una sociedad simplista y mediocre. Muchos dirán que es por costumbre, o que es una denominación tradicional para denotar respeto hacia alguien, pero estas respuestas no hacen más que aumentar la preocupación por el mal principal. Somos tan incapaces de exigirnos como sociedad, que creemos que con asumir una posición cómoda hacia la vida ésta pasará sin requerirnos ningún tipo de esfuerzo.
 
No deja de ser exasperante darse cuenta cuantas ínfulas tienen algunos por una simple posición social pasajera. Como profesional, exijo que se me respete el derecho a disfrutar de mi vocación y del título que he conseguido, así como también exijo que se respeten los de los demás. Tenemos que dignificar el esfuerzo y la dedicación de todos aquellos que se han ganado la potestad de ostentar un título, por muy pretensiosa que parezca tal intención. Debemos dejar de prostituir nuestra comunidad. Jamás lograremos avanzar si dejamos de llamar las cosas por su verdadero nombre. No llamemos “gran colombiano” a un criminal; no hablemos de paz total cuando nos referimos a la dejación de armas en medio de un conflicto; así como tampoco le digamos “doctor” a cualquier….

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