En Sarajevo, Bosnia, el 28 de junio de 1914, se desplomaron por las balas mortales del joven nacionalista Gavrilo Princip, el archiduque Francisco Fernando, heredero del trono del Imperio Austro-Húngaro y su esposa, la duquesa Sofía Chotek. Fue el detonante de la Gran Guerra, adelantada con la participación de 66 millones de militares de las potencias imperialistas de Europa, hoy juzgada como de las más crueles de la historia y preludio de la Segunda Guerra Mundial que enfrentó a los Aliados (Estados Unidos, Francia, Inglaterra y la Unión Soviética) y a las Potencias del Eje: la Alemania nazi, el fascismo italiano y el Japón militarista de Hirohito.
La primera confrontación fue hace cien años: la de la Guerra Total, predominante en todo el XX, así llamada porque no se trataba de obtener una victoria sino de liquidar al adversario. Causó la mortandad de más de ocho millones de soldados y dejó en incapacidad a seis, con el uso de inventos y avances de la Revolución Industrial: artillería; acorazados; municiones explosivas, de fragmentación e incendiarias; vehículos terrestres; dirigibles; aviación; tanques y armas químicas.
Terminó con el triunfo de los Aliados en 1918 y la firma del Tratado de Versalles en 1919 entre Alemania y sus contendientes, que impuso a la primera el pago de altísimas compensaciones pues fue acusada de iniciar la guerra. Estas serían caldo de cultivo de la siguiente conflagración por el inconformismo germánico ante tales indemnizaciones, causantes de difíciles circunstancias de vida para el pueblo alemán (paro e inflación galopante) y de un sentimiento generalizado de derrota y desánimo, coyuntura que después aprovechó Hitler al presentarse como Mesías salvador. En últimas la Gran Guerra se produjo por amalgama letal de imperialismos y nacionalismos.
El eslabón entre las dos grandes confrontaciones del siglo XX fue la Guerra Civil Española, 1936-1939, ensayo nazi-fascista para iniciar la Segunda Guerra Mundial. Concluyó con el destrozo de la República Española a manos de militares traidores dirigidos por Franco en alianza con Hitler y Mussolini, que sumió al país en 36 años de dictadura totalitaria de este personaje, a quien Neruda en Francisco Franco en los infiernos retrata así:
Aquí estás. Triste párpado, estiércol
de siniestras gallinas de sepulcro, pesado esputo, cifra
de traición que la sangre no borra. Quién, quién eres,
oh miserable hoja de sal, oh perro de la tierra,
oh malnacida palidez de sombra.
La Segunda Guerra Mundial, 1939-1945, la más grande de la historia, involucró a la mayoría de naciones del mundo y movilizó a más de cien millones de militares. Dejó entre 50 y 70 millones de víctimas, el Holocausto Judío, destrucción y muerte en Hiroshima y Nagasaki por las bombas nucleares arrojadas por los E.E.U.U.
Vino luego la Guerra Fría aplicada en Latinoamérica bajo las nociones de Doctrina de la Seguridad Nacional y Guerra de Baja Intensidad, para abrir paso al nuevo proyecto militarista ajustado a los intereses de la transnacionalización neoliberal y la concentración del poder y la riqueza. En memoria de los miles de asesinados y desaparecidos que produjo estas palabras:
Las víctimas yacen en el abismo de la sordidez humana para traspasar después la frontera del Misterio. En el aire vaga su angustia, testimonio del agravio a la vida. El verdugo, cautivo de grilletes de sangre y capaz de bajar todos los escalones que separan lo humano de la bestia, está mil veces más exánime que la víctima, su alma errará por siempre en las noches, atormentada por la podredumbre, la atrición y los espíritus de aquellos a quienes con ruindad arrancó la existencia para matar su palabra y su sonrisa.