Según la ONU, para 2030 la mitad de la población mundial podría enfrentar un severo estrés hídrico. Este panorama se agrava en ciudades como Neiva, donde el clima cálido y las bajas precipitaciones aumentan la vulnerabilidad frente a la escasez de agua. Ante este desafío, conservar y aprovechar eficientemente el recurso hídrico se convierte en una tarea impostergable.
El sector agrícola consume aproximadamente el 70% del agua potable a nivel global, lo que lo convierte en uno de los principales actores en esta ecuación. El desperdicio de este recurso no solo amenaza la seguridad alimentaria, sino que también presiona las fuentes hídricas disponibles para otros usos. Sin embargo, Israel, un país que ha logrado reinventar la gestión del agua en medio de su aridez, demuestra que es posible hacer más con menos. Este referente mundial logra reutilizar hasta el 90% de sus aguas residuales urbanas, destinando cerca del 45% a usos agrícolas, como el riego y la fertilización de cultivos para consumo humano.
Neiva, lamentablemente, se encuentra en la orilla opuesta. Es la única capital de Colombia que aún vierte sus aguas residuales sin tratar directamente al río Magdalena, afectando no solo a los ecosistemas locales, sino también a las comunidades río abajo que dependen de su caudal. Aunque estas aguas están compuestas en su mayoría por agua pura, su pequeña carga de sólidos suspendidos, nutrientes y contaminantes las hace inutilizables sin un tratamiento adecuado. La planificación de la Planta de Tratamiento de Aguas Residuales (PTAR) de Neiva representa una oportunidad histórica para cambiar este paradigma. Sin embargo, no bastará con tratarlas; el objetivo debe ser reciclar las aguas y darles nuevos usos que fortalezcan la economía circular.
Imaginemos una Neiva donde los 1.370 litros por segundo de aguas residuales que hoy se vierten al río Magdalena, tratadas adecuadamente, rieguen zonas verdes o beneficien al campo huilense. La transición de carga a recurso podría ser el primer paso hacia una cultura hídrica más responsable y visionaria. No solo garantizaría la sostenibilidad del agua en tiempos de escasez, sino que también abriría nuevas posibilidades para un desarrollo regional resiliente.