Después del brexit la incertidumbre se adueñó de la Gran Bretaña. Todo tambalea: el gobierno, la oposición, y hasta un grupo importante de ciudadanos siente que votó con los ojos cerrados, sin entender las consecuencias que le traería a su país salirse de la Unión Europea. Por casualidad, cuando los británicos votaban el referendo que cambiará su destino de manera radical, en Cuba también se sellaba un acuerdo histórico para Colombia: el cese definitivo del fuego en un conflicto armado de 50 años, que también deberá ser refrendado en las urnas. Es imposible no tomar como espejo lo ocurrido con el brexit, establecer paralelos, diferencias y sacar algunas lecciones.
¿Era necesario consultar al pueblo? El expresidente del gobierno español Felipe González no tuvo compasión al describir al principal protagonista de esta tragedia digna de Shakespeare. “David Cameron pasará a la historia como el político irresponsable que puso en juego el interés general del Reino Unido y de Europa para resolver un problema personal y de partido”. Muchas voces se han sumado a la de González, al decir que el referendo era innecesario, que grandes decisiones de Estado no se dejan a merced del ‘Estado de opinión’ y que Cameron creó un problema antes que resolverlo. Tanto así que anunció su dimisión para octubre.
Algo similar se le cuestiona al presidente Santos, a raíz de su decisión de someter a plebiscito el acuerdo de paz que salga de La Habana. Aunque él tiene la facultad de hacer un proceso de paz, tomó la decisión política de someter a las urnas el acuerdo final, para darle mayor legitimidad. Es un gran riesgo, pues aún hoy la mayoría de la opinión pública se manifiesta contra los contenidos más importantes de los acuerdos con las Farc, como es el caso de la justicia transicional. Aunque la intención de refrendar popularmente los acuerdos es buena, el cálculo podría salir mal, pues en un país polarizado, y con una popularidad del 32 por ciento, las opciones de rechazo al acuerdo no se pueden desestimar.
En noviembre del año pasado Santos, en una entrevista con la BBC, dijo que si perdía el plebiscito estaría en serias dificultades, y ante la pregunta de si renunciaría respondió: sí. Más recientemente alertó que si gana el No, el país volvería a la guerra. Comparando la situación de Cameron y Santos, John Paul Rathbone del diario Financial Times, escribió esta semana que la diferencia es que mientras el británico consultó al pueblo al principio de un proceso, Santos lo hará al final, cuando la gente palpe los beneficios de la paz.
Un debate mal informado y emocional. El viernes, luego de que ganó la “salida” en las urnas, los británicos buscaron masivamente en Google “qué es la Unión Europea”, lo que demuestra que no hubo un voto informado. Analistas como Simón Wren-Lewis han culpado también a los tabloides que hicieron campañas falaces en las que vendieron “gato por liebre” como decir que con la salida habría más dinero para la salud, o que se acabarían las trabas para exportar pescado o se cerrarían las puertas para la inmigración de manera inmediata.
El periodista John Carlin fue más demoledor aún. Dijo en su columna en El País que ganó la frivolidad y el país de los hooligans. Aquellos miembros de la clase trabajadora que ni leen, ni participan realmente en política, pero son susceptibles a ser manipulados, a quienes el populismo “los idiotizó, los envalentonó y les sacó lo peor de sí”.
Finalmente ganó un voto emocional, basado en un sentimiento chovinista.
En Colombia, el riesgo de que primen las emociones -como el odio y la venganza en la votación por el plebiscito- es alto, pues hay dos problemas: poca información y pedagogía sobre la realidad del proceso de paz, y sobreabundancia de desinformación. El primer problema se debe a errores en la estrategia de comunicación, y en parte también a la complejidad de los acuerdos y su sofisticación en aspectos técnicos. Algo similar a lo que ocurrió con el brexit. Quienes usan la desinformación y la mentira como arma política aprovechan estas debilidades. Pocos días después de conocido el acuerdo del fin del conflicto, por ejemplo, el procurador Alejandro Ordóñez llenó titulares al decir que no todos los miembros de las Farc dejarían las armas. Semejantes afirmaciones sin sustento, emitidas por una persona de la jerarquía de Ordóñez, desinforman masivamente. Así mismo el expresidente Álvaro Uribe lanzó sus 14 razones por las que considera que la paz ha quedado herida con la firma del cese del fuego, varias de las cuales son falsas. Por ejemplo, que los civiles y militares inocentes tendrán que aceptar delitos que no cometieron; que las Farc tienen patente de corso para seguir delinquiendo o que se está legitimando el modelo castro-chavista.
Ganó el apego al pasado. Uno de los aspectos más paradójicos del brexit es que se impuso el voto de los mayores de 50 años. Los jóvenes británicos votaron por mantenerse en la Comunidad Europea, y en general están más abiertos a la inmigración y las fronteras abiertas. Su reclamo es que los ancianos, especialmente los mayores de 65 años, definieron el futuro de las nuevas generaciones irresponsablemente.
En Colombia podría pasar algo similar, como advirtió hace algunos meses el periodista Álvaro Sierra en su columna de El Tiempo: “Voto a voto, las urbes le impondrán al país rural y marginal su destino frente a la guerra y la paz. Las cinco grandes ciudades tienen un electorado que aplasta al de los 150 municipios más golpeados por el conflicto armado, y es en ellas donde los encuestados muestran reparos y escepticismo frente a la negociación”. En pocas palabras quienes no sufren el conflicto podrían convertirse en los heraldos negros del acuerdo de paz.
Adicionalmente, en Gran Bretaña ha pasado factura de cobro un discurso que por más de 30 años, desde Margaret Thatcher, ha demonizado a la Unión Europea. Una idea repetida mil veces se convierte en realidad, dicen los propagandistas.
¿Y dónde estaban los europeístas? En un sentido ensayo el prestigioso columnista Timothy Garton Ash dijo “la culpa también es nuestra”, al referirse a quienes estaban a favor de la permanencia en la Unión Europea. “¿Cómo es posible que los educadores hayamos dejado pasar un relato tan simplista sin refutarlo…? ¿Cómo es posible que los periodistas hayamos permitido a la prensa euroescéptica que dijera lo que le daba la gana…?, ¿Cómo es posible que los europeístas hayamos subestimado hasta tal punto el doloroso sentimiento de pérdida por la europeización…?” se pregunta Garton Ash y a renglón seguido acusa de tibieza a Tony Blair. De hecho, la tibieza frente al brexit tiene en crisis al Partido Laborista, al que también se le culpa del resultado del referendo.
En Colombia pasa algo similar. La campaña en contra de los acuerdos de La Habana está a todo vapor, mientras el Sí a la Paz apenas ronronea. Por estos días se escuchan muchas voces oficiales que aseguran que el triunfo del No en el plebiscito por la paz es imposible, que no se contempla ese escenario. Seguramente los europeístas en Gran Bretaña hicieron esa misma apuesta por la racionalidad del votante. Algo que ha quedado sin piso.
Un lío difícil de arreglar. Hoy no se sabe quién gobernará al Reino Unido, ni si este se desintegrará, pues Escocia amenaza con desconocer el resultado del referendo, ya que sus ciudadanos votaron abrumadoramente por la permanencia; la economía va en picada y la Unión Europea pide celeridad en la salida. La flema británica parece haber dado paso al tropicalismo del exalcalde de Londres Boris Johnson, que aunque ganó con el brexit no quiere conducirlo, o un Jeremy Corbyn, jefe del Partido Laborista, que se aferra a su cargo como si no hubiese sido derrotado.
En Colombia, si ganara el No, el embrollo sería parecido. Volver a la guerra no es una opción, como dijo el jefe guerrillero Carlos Antonio Losada. Renegociar el acuerdo dejaría en ridículo a un gobierno que se ha tomado cuatro años en la Mesa de La Habana en busca del mejor de los finales posibles para la guerra. Además, no tendría el liderazgo ni la credibilidad para enfrentar una segunda etapa. Desconocer un eventual resultado negativo –ya que el plebiscito tampoco es vinculante- tendría un altísimo costo político, y un enorme riesgo para el blindaje de los acuerdos. Colombia entraría, como el Reino Unido, en un periodo de incertidumbre, de crisis de liderazgo, y de miedo.