Del monte a la política

Así se están preparando las Farc para salir a dar la difícil batalla política por conquistar la opinión.

Algo cambió en La Habana este año. Mientras la Mesa de Conversaciones trata de sacar adelante los pormenores del final del conflicto, la delegación de las Farc se viene reuniendo con decenas de personalidades políticas del país y del continente. Por allí han pasado desde el expresidente uruguayo Pepe Mujica hasta el exalcalde de Bogotá Gustavo Petro, una delegación de los diferentes movimientos de izquierda y el exalcalde de Medellín Alonso Salazar. Quienes han estado en la isla han percibido que los jefes de esa guerrilla hablan y actúan cada vez más como los dirigentes de un partido político que como hombres de la guerra.

Hay una enorme distancia entre el Iván Márquez ideologizado que pronunció un discurso desafiante en Oslo en octubre de 2012, y el que hoy habla al unísono con el jefe negociador del gobierno, Humberto de la Calle. También entre el vituperante Timochenko que arengaba en mensajes de video, y el que hoy aparece en los medios con estilo coloquial y posiciones más flexibles. La transformación no se produjo de un día para otro. Estos tres años han servido para que quienes están sentados en la mesa hayan pasado de los cálculos estratégicos de la guerra, a una mentalidad afincada en la búsqueda de acuerdos.

La gran paradoja es que una buena parte del país aún no entiende que la esencia del proceso de paz consiste en que las Farc puedan hacer política, y que el meollo de lo que se discute hoy en Cuba son las garantías que tendrán para ello. No solo las de seguridad sino las jurídicas y políticas, por más impredecibles que sean.

¿Qué tienen en mente las Farc?

Aunque en las últimas dos décadas las Farc se fueron a la guerra sin cuartel, según su máximo jefe Timoleón Jiménez o Timochenko “el oficio nuestro no es echar tiros sino la política, hacerle conciencia a la gente”. El origen de las Farc estuvo ligado al Partido Comunista, y en los años ochenta, en el marco de un fallido proceso de paz, apostaron por un movimiento amplio como la Unión Patriótica (UP). Luego se replegaron a la clandestinidad.

Según Carlos Antonio Lozada, miembro del secretariado, “detrás de la caparazón militar de las Farc hay una estructura política”. Eso puede ser cierto en muchos frentes guerrilleros, aunque no en todos. Ellos, en todo caso, esperan que sus combatientes sean su primera base política para el futuro. Una vez firmados los acuerdos, las Farc realizarán la décima conferencia que trazará los lineamientos del nuevo movimiento.

Sin embargo, ya hay puntadas sobre lo que los jefes de las Farc tienen en mente para cuando dejen las armas, que puede resumirse en tres puntos. 1) Quieren crear un movimiento más allá de la izquierda. Timochenko dejó claro que a las Farc les simpatiza la idea que hace años enarboló el líder el M-19 Jaime Bateman, de hacer un gran “sancocho nacional”. Se inclinan más por un movimiento amplio –más incluso que la Unión Patriótica– que por algo más combativo tipo Marcha Patriótica. Las Farc dicen estar dispuestas a hablar “con todo el mundo” e incluso a ser parte de amplias convergencias para garantizar que se cumplan los acuerdos de La Habana. 2) Así como el Mono Jojoy anunció hace 15 años que en el monte solo “van a quedar los paujiles”, hoy las Farc piensan que su principal actividad electoral estará también en las urbes. El proyecto de las Farc sigue siendo llegar al poder, aunque en adelante lo intentarán con los votos, no con los fusiles. 3) No van a abandonar sus zonas históricas, donde tienen ya un poder local considerable.

No será fácil

Las Farc tienen muchos factores en contra para entrar a la política. El primero es la dificultad de que el país acepte que lo hagan al mismo tiempo que transitan por la justicia. Al propio gobierno le preocupa la resistencia de los colombianos a aceptar que personas como Márquez, Catatumbo, Lozada o Alape estén en el Congreso. De la Calle dijo recientemente: “Va a ser muy difícil concebir un acuerdo sin participación política de quienes dejen las armas”. Y le da cierta parte de razón a las Farc cuando se preguntan cómo se van a convertir en un movimiento político si los máximos líderes quedan inhibidos de participar en el escenario electoral. “Hay que hacer una reflexión serena y tener una visión más amplia”, pide De la Calle.

El segundo problema que tienen que enfrentar es el rechazo de la opinión pública, tan determinante en las ciudades. La imagen negativa de las Farc no cede en las encuestas a pesar del proceso de paz. Sus figuras más visibles están asociados a crímenes muy graves y eso los vuelve prácticamente inviables como candidatos o para ser designados en cargos públicos. Pero los miembros de las Farc todavía no aceptan esta realidad. Tal como expresó Timochenko en una entrevista a SEMANA, muchos de ellos creen que su mala fama es una leyenda construida por los medios de comunicación y no el fruto de sus propios errores. En realidad, las Farc no han hecho demasiados esfuerzos para conquistar a la opinión pública.
Esto implicaría hacer mayores gestos de reconocimiento y actos de contrición como el que hicieron sobre el trágico caso de Bojayá, Chocó. También dar muestras fehacientes de que dejarán las armas para siempre. Insistir en una entrega secreta de los fusiles los alejará aún más de esa opinión urbana.

Finalmente, otro factor que empieza a jugar en su contra es el tiempo. Las Farc tendrían que estrenarse en política en 2018, y si quieren tener relevancia deben salir pisando fuerte. Mientras más se demore la firma del acuerdo y la dejación de armas, menos tiempo tendrán para organizarse como movimiento político.

Pero también tienen puntos a favor. El principal es que encuentran una izquierda cuesta abajo, desunida, y ellos podrían convertirse en un factor que dinamice a ese sector. También que la clase política está en su punto más bajo de credibilidad por la corrupción y el clientelismo y ellos pueden cabalgar sobre este desprestigio. Otro aspecto que puede favorecer a las Farc es su gran capacidad organizativa, algo de lo que carecen muchos partidos en Colombia. Y, finalmente, que de todos modos el proceso de paz genera un clima de reconciliación que ellos pueden usar a su favor.

¿Hay garantías?

Ahora, la participación de las Farc en política, y lo bien o mal que les vaya, depende en buena medida de las garantías que tengan. Ese es el punto crítico que hoy se discute en la mesa.
Su gran temor es que se repita la historia de la UP y los maten. Eso es algo que también preocupa al gobierno, pues nadie puede negar que la presencia de fuerzas oscuras sigue latente. Para las Farc hay que hacer un acuerdo político amplio para que nunca más, ni ellos, ni ningún otro sector, usen las armas en la política. El gobierno comparte esta estrategia, y de hecho el alto comisionado de paz, Sergio Jaramillo, agrega que se podrían hacer pactos regionales por la convivencia.

Las otras garantías que piden las Farc tienen que ver directamente con la participación en el juego democrático. Se espera que los acuerdos de paz tengan como corolario una apertura democrática que fortalezca la participación, que aclare las reglas del juego electoral, cada vez más opacas, y que haga más equitativo el acceso a recursos esenciales para la política como los medios de comunicación.

De la Calle advirtió recientemente que las Farc van a “golpear en la herida sangrante del Establecimiento”. Llegan a un escenario de desprestigio de la política, de la justicia, a un país inequitativo. Tienen el espacio para crecer, si actúan con sensatez y logran modernizar su discurso y construir propuestas atractivas para la Colombia de 2016. Para eso, justamente, es el proceso de paz. Para que quienes antes echaban bala, empiecen a echar lengua y a buscar los votos. Y esa es la transición que desde ya se está sintiendo en La Habana.
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