Exégesis Ha muerto Hugo Chávez. Se fue un líder, un gobernante extremadamente influyente, carismático, con arraigo popular. Y uno de los temas, que seguramente le valió esa envidiable afinidad popular, fue su deseo de disminuir la pobreza. Un propósito cercano a políticos de nuestro patio, pero que poco ha servido para corregir el coeficiente gini de las desigualdades que vive nuestro país. Lo primero que me pregunto es si la reducción de la pobreza en Venezuela es sostenible. Pienso que no. Hoy creo que Chávez no derrotó la pobreza, lo que hizo fue darle de comer a la pobreza. Desde esa perspectiva instituyó el asistencialismo de Estado, ese que no genera desarrollo, sino que profundiza la pobreza. Y como el asistencialismo es insostenible en el mediano y el largo plazo, al final todo sigue igual, como si nada hubiera pasado. Chávez fue un hombre con suerte. Su exacerbado populismo estuvo respaldado por circunstancias del mercado. Del mercado capitalista, que tanto aborreció: el precio del petróleo se disparó en su gobierno, por eso los ingresos por concepto de exportaciones del crudo pasaron de veinte mil millones de dólares en el 2.000 a ciento veinte mil millones de dólares en el 2.011, abundancia que explica la destinación de más de US$400.000.000.000.oo en inversión social en la última década. ¿Qué quedó después de ésta bonanza? Algunos indicadores son reveladores: Venezuela profundizó su dependencia, ya que al deteriorarse su propio desarrollo, el país se convirtió en una nación importadora y funcional del petróleo. Pero por más que estire la cauchera, los ingresos -quien lo creyera- han sido insuficientes para sostener los gastos del gobierno. Chávez creyó, equivocadamente, que a punta de donativos podía “comprar” la conciencia nacional y latinoamericana para sostener y exportar una revolución ficticia. Y para ello echó mano de sus reservas y profundizó su déficit fiscal. No es extraño su inflación de miedo, la bajísima infraestructura hospitalaria, la escasez de alimentos y los problemas en el suministro de agua y luz. Explicable entonces sus admoniciones a los venezolanos para que no se demoraran bañándose y usaran linternas por la noche. La premonición de Chávez cuando dijera hace algunos años que “después de mí el vació, el caos” es reveladora. Y en eso si que no se equivocó. Dios guie a Maduro para que no se cumpla.