Deisy Cruz Serrato, madre de los dos niños asesinados esta semana por su propio padre, habló en medio de su dolor para LA NACIÓN. Reveló un perfil posesivo, obsesivo y celoso de su ex esposo Isaac Pimentel y reconstruye los últimos minutos con Miguel Ángel y Paula, a quien horas después de verlos en Neiva, se los mataron.
Se desesperaron pidiéndole ropa. Querían que les compraran de todo. Escogieron camisetas, blusas, tenis y hasta juguetes. Deisy Cruz Serrato les regaló ropa interior, dos mudas de ropa y un par de zapatos al gusto de ellos. Ella escogió unas zapatillas blancas, él unos tenis. Querían una tableta, un celular. Era domingo 12 de junio. Miguel Ángel y María Paula, de cinco y siete años, llegaron hasta Neiva porque Isaac Pimentel, su padre, los llevó en su motocicleta a encontrarse con Deisy, su madre, quien labora en la capital del Huila desde hace tres meses hastiada de los golpes, el maltrato y el encierro en que la tenía su ex compañero sentimental.
La escena era aparentemente normal: la madre, el padre –ya separados- y los dos niños. Extrañamente Isaac (el padre) lloraba, al lado de los chicos, mientras Deisy les compraba ropa. “No sabía por qué lloraba, era muy raro, lloraba detrás mío”, reflexiona con LA NACIÓN la mujer de 25 años, dos días después de su tragedia.
Ya, cuando debía marcharse, Deisy se despidió. Los niños regresarían a San Antonio, vereda de Neiva, donde sus abuelos maternos los cuidaban porque estudian allí. Cuando iban a sacar la motocicleta del parqueadero, Isaac detuvo sus pasos, miró a su ex mujer y le dijo: ¿Deisy, usted va a volver conmigo? Ella no le dijo ni sí, ni no. “Usted ya sabe…”, pronunció.
Él arrancó su motocicleta, la miró fijamente y le respondió: “Usted va a vivir un calvario por el resto de su vida”, gritó. Ella no midió el alcance de las palabras de su ex marido, pensó que era una de las tantas frases amenazantes que le lanzó al aire durante los últimos tres, de los seis años que vivieron juntos.
María Paula se despidió de su madre y le pidió un regalo: una corona y un palito. Quería ser reina de su colegio, aunque hoy Deisy no se resiste a creer que la corona terminó en otro escenario.
Eran las 2:00 p.m. Deisy se marchó a su trabajo, un almacén de ropa donde la emplean desde hace tres meses, cuando sonó su teléfono celular. Al otro lado de la línea habló Isaac. “Deisy, le maté a sus niños. Venga por ellos…”. La mujer quedó muda, quiso gritar, pero no pudo. Era una noticia tan impactante que no supo si creer, de momento colgó el teléfono. Se asustó. “¿Por qué hizo esto…?”, alcanzó a decir la mujer antes de cortar la comunicación. Con Lina, su hermana, corrieron hasta el CAI de la Policía de Las Palmas en Neiva. Pidieron ayuda en ese sector porque él, antes de despedirse con los pequeños, dijo que almorzaría donde un familiar en la parte alta de Neiva. Sin embargo, ya habían comido y se habían marchado. Empezó la desesperación. “No sabía qué hacer, hacia dónde correr, era horrible la incertidumbre”, narra.
A las 2:15 p.m., en el desespero, Isaac llamó a un hermano de Deisy y escasamente le dijo: “Va a pasar algo”. ¿Qué?, trató de indagar el familiar, pero el desesperado hombre se limitó a decir: “Va a pasar algo, es lo único que yo le digo porque ustedes no me ayudaron a volver con su hermana”. Creyó que era una amenaza más. Ya había anunciado que se quitaría la vida.
Otra llamada
A las 5:00 p.m. nuevamente el hombre volvió a llamar por teléfono a su ex mujer. “Deisy, ahí le dejo todos los papeles”, le dijo. La mujer le suplicó, le pedía explicaciones, “usted por qué me hizo eso, por qué con sus propios hijos”, le indagaba ella, mientras él, solo respondía “usted quiso, usted lo quiso así, ahí le dejo todos los papeles, ahí le dejo todo”. Y colgó.
La Policía Metropolitana de Neiva y el Ejército tomaron rumbo hacia San Antonio, donde el hombre había dado las coordenadas del sitio del doble homicidio. Él quería que Deisy también fuera, pero no corrió con suerte. La mujer avisó a las autoridades. De lo contrario, no estuviera viva contando la historia.
El Gaula llegó hasta la molienda, ubicada a escasos metros de la carretera que de Neiva conduce hacia San Antonio, en terrenos de propiedad de la madre de Isaac, y el hombre, al parecer con un cuchillo en su mano -presuntamente con los que habría asesinado a sus hijos-, y una escopeta, huyó desesperadamente. Lo siguieron, le pisaron los talones, pero él conoce muy bien la zona y se escapó.
A las 11:00 p.m., desde la montaña, llamó nuevamente desde su teléfono celular. Se comunicó con su sobrino, lo citó a las 7:00 a.m. del día siguiente para entregarle unos documentos. Isaac quería que lo encontraran sin vida, pero no se lo anunció a su pariente. Así lo encontraron, colgado de un árbol de guayaba, donde hoy queda un sombrero como señal de lo ocurrido. En la escena, Isaac dejó una carta. Está escrita con el puño y la letra de su hija de cinco años. El documento no ha sido revelado por las autoridades, dice la familia de Deisy. También dejó sus papeles, y un dinero que tenía en la billetera.
A los niños los degolló con un arma blanca. En la molienda, alejada de otras casas, hasta donde llegó LA NACIÓN, están los rastros de la tragedia: huellas untadas de sangre, de manos pequeñas en el trapiche, y dos veladoras blancas que hoy simbolizan la tristeza por lo ocurrido. Metros arriba, se ahorcó él.
“Esto es muy duro para mí, terminó acabando lo que yo más quería, yo supe que él le dijo a la niña que escribiera la carta que dejó. A mí un amigo me contó que él había puesto a la niña a escribir que había hecho eso porque yo le era infiel, y eso no es cierto. No he visto esa carta, no quiero reclamarla, para qué”, narra Deisy en medio de un llanto inconsolable. “Quiero a mis hijitos, Dios mío devuélvemelos, yo quiero estar con ellos acá”, repite.
Amarga relación
La relación sentimental entre Deisy e Isaac empezó seis años atrás. Él tenía 43 años, ella 16. Se conocieron en San Antonio, vereda de Neiva, donde ella residía. En la casa de la mujer, nadie estuvo de acuerdo por la diferencia de edad, pero a la chica no le importó. “Yo lo quise mucho, pero ahora último no lo quería ni ver, ya no lo quería, lo miraba diferente, él era otra persona”.
Tres años atrás las cosas cambiaron y él se transformó. Celos enfermizos de apoderaron de él, veía amantes de la mujer en todas las esquinas, en su imaginación había de todo.
Vivieron en San Antonio, también en Neiva. “Vivíamos bien, nos íbamos para la finca los cuatro en la moto cada ocho días, almorzábamos y nos regresábamos a la ciudad”, dice.
Él era el conductor del bus del Colegio Cooperativo Campestre hasta enero de 2014, cuando no le renovaron el contrato que le habían prolongado durante tres años. El carro lo vendieron y él quedó sin trabajo. Ahí empezó su otro desespero. “Me dijo ahora qué voy a hacer, quedé sin trabajo. Pero insistía en que no nos moriríamos de hambre”, recuerda la joven.
Lina Cruz, hermana de Lina, lo califica como un hombre obsesivo. “Pasó de quererla a ser obsesivo. Al principio no aceptaba que una persona mayor estuviera con una persona tan joven, pero al ver que él era un buena persona, que se veía de buenos sentimientos, tocó aceptar las cosas”.
Isaac, al comienzo de la relación, era normal, colaborador, cercano a sus suegros y cuñados. Pero cambió. “Se volvió agresivo, no la dejaba salir a la calle, la celaba hasta con la misma familia porque pensaba que la llevaríamos a que alguien la conociera…”.
En una fiesta familiar en San Antonio, a comienzos de 2014, él, a media noche, la arrebató de la celebración y se la llevó a la casa. Ella quería celebrar, pero él no; estaba celoso. Un primo la había saludado y eso motivó a que la golpeara en su casa familiar. Deisy jamás lo contó. Temía que él le pegara más fuerte y hasta la matara.
Meses atrás, Lina llegó a casa de Deisy en Neiva y la encontró golpeada, con morados en su cuerpo. ¿Qué pasa? Indagó, pero la mujer se tragó la verdad. “Preferí irme, él estaba borracho”.
Dos años atrás, él, en medio de un estado de alicoramiento, se transformó, se volvió agresivo y se llevó al niño en su carro. La Policía le quitó al menor de edad, pero no pasó nada. La autoridad no hizo más. “Él los engañó, les dijo que la gente de San Antonio estaba loca, que él no estaba tomado, que el niño era de él, que no se lo había robado”. Le creyeron.
Al comienzo, les pedía que quisiera a sus suegros, a la familia, pero después todo cambió. Les insistía en que no los respetara, se portaran mal. El Instituto Colombiano de Bienestar Familiar le dio la custodia a Deisy, pero le permitió a Isaac verlos todos los días.
“Se volvió agresivo hasta con mis papás. Los niños tenían que correrle, le tenían miedo. A mi papá (suegro) lo trataba mal, lo desafiaba, le decía que pelearan. Lo peor, iba al pueblo y contaba la versión contraria”, cuenta Lina.
¿Él era normal? “Era muy bravo, no sé por qué cuando él tomaba, se enfurecía y me pegaba: me daba patadas, puños y los niños se daban cuenta, él los echaba a un lado, los gritaba, y los niños tenían que esconderse y no podían hacer nada…”.
“Me decía que si yo denunciaba él me iba a dar más duro, y me iba a acabar más…Yo le contaba a la familia de él, pero nunca me decían nada”.
Ruptura fatal
El 12 de febrero de 2014, cuando rompieron la relación, la lavadora se había dañado. Le dije y me respondió “qué quiere que yo haga, pues lave, o es que no puede lavar en el lavadero”. “Solo le respondí que ese lavadero estaba liso, que no podía restregar. Le eché la ropa a la lavadora y se frenó, al otro día, cuando preguntó por su ropa interior, a mí se me había olvidado sacarla y se enfureció. Me dijo “para qué h.p. la tengo yo acá. Usted solo sirve para ser perra, vagabunda…Y siguió con un sermón indescriptible”. Él le intentó pegar, pero siguió insultándola, le insistía en un amante que, dice ella, no existe. Ese día, en medio del enfrentamiento, la mujer aprovechó que él salió de casa para empacar sus maletas. “Los niños estaban muy contentos, cada uno alistó su bolsito, su ropita. Yo me fui para San Antonio a casa de mis papás”, recuerda.
Él le insistía por teléfono, se desesperó buscando que ella volviera, pero Deisy estaba decidida. Quería vivir con sus papás y trabajar en Neiva, en un almacén de ropa donde ingresó a hacer un reemplazo pero su trabajo gustó.
“Él me iba a buscar todos los días al almacén, me pedía que volviéramos, el día de mi cumpleaños me mandó flores, torta, ensalada, no lo recibí, no quería nada de eso, me daba mucho miedo…”.
Sin embargo, en un nuevo encuentro con la mujer en San Antonio, Isaac volvió a pegarle. E incluso, lastimó a su suegra. El caso lo conoció la Fiscalía en Neiva, pero la Fiscal, cuyo nombre no recuerda Deisy, le dijo “lo que él hizo da para captura, lo vamos a capturar por seis meses y ya. ¿A usted le sirve eso?” La mujer no quería verlo preso, sí una medida de caución para que él no se le acercara. “Si usted coloca esa denuncia no es que mañana me vaya a venir llorando y que no quiere verlo en la cárcel porque usted no puede echarse para atrás. Si quiere eso piénselo bien”, le dijo. Por esto, optó por callar.
En el ICBF en Neiva una trabajadora social, sin conocer de fondo lo ocurrido, trató de persuadir a Deisy. Le insistió en que le diera la custodia de los niños a Isaac, pero ella se resistió. “La funcionaria decía que él le iba a dar mejor protección, se los iba a llevar para Bogotá”. La madre se resistió. “Una funcionaria de la institución, cuyo nombre desconozco, dijo ‘es que uno cuando está raro con el marido o el marido con uno es porque tienen mozo’”. Deisy le pidió que no hablara sin conocer.
En su casa en San Antonio, Deisy prefiere no estar más. Los recuerdos la amargan. El día de la entrevista con LA NACIÓN iban a velar y a sepultar a Isaac Pimentel, a escasos metros donde estaba ella, pero prefirió no ir. Desconocía cuál sería la reacción. Era el hombre que había matado a sus hijos.
La mujer, hoy soltera, seguirá sola, tratando de soportar el doble vacío que le dejaron sus hijos. Los pequeños fueron sepultados en el cementerio del pueblo. A escasos metros, el papá también.
N. de la R.: En nuestra página web, puede verse un vídeo del lugar el terrible episodio.
En la molienda, alejada de otras casas, quedaron los rastros de la tragedia: huellas untadas de sangre, de manos pequeñas en el trapiche, y dos veladoras blancas que hoy simbolizan la tristeza por lo ocurrido.
Tras la tragedia, Deisy Cruz Serrato no para de llorar.
A poca distancia del sitio donde perpetró su crimen, el hombre se ahorcó.