LA NACION presenta el primer análisis literario a la obra ganadora de la Bienal de Novela ‘José Eustasio Rivera’. Irene y Rafael, LA NACION presenta el primer análisis literario a la obra ganadora de la Bienal de Novela ‘José Eustasio Rivera’. Irene y Rafael, personajes centrales del libro, son espejos que nos permiten vernos a nosotros mismos al final del trasegar por la vida. Son conciencias que nos juzgan implacablemente sobre lo que hicimos y no hicimos en nuestro transcurrir vital. Ananías Osorio Valenzuela Especial LA NACION
I
Acompañé a Pablo Hernán Di Marco, argentino ganador del Concurso Internacional de Novela ‘José Eustasio Rivera’ en el acto de entrega de su merecido premio, otorgado por la Fundación Tierra de Promisión. Ocupé una silla en el centro del auditorio, las designadas para los sin identidad letrada. Mi propósito: mirar y escuchar a los presentes, mientras rememoraba lo leído de y sobre José Eustasio Rivera. Parte de los oradores y de los vestidos de blanco, eran el eco ancestral y las imágenes fantasmales de representantes de aquellas élites parroquiales de principios de siglo que jamás quisieron a Rivera. Para Rivera, ‘La Vorágine’, su novela, y en particular ‘Tierra de Promisión’, su poemario, no nacieron en el Huila; eran hijos de la selva amazónica y de los llanos orientales, lugares donde conoció las atrocidades de la avaricia humana y la exuberancia de la naturaleza. Se encontró con el eco del discurso de Juan Ginés de Sepúlveda quien fuera defensor del derecho de someter a los pueblos sin civilizar, por allá en el siglo XVI, ahora aplicado por la Casa Arana en tiempos de explotación cauchera. Se encontró con las llanuras orientales, portadoras de un provocativo alimento para un poeta desahuciado por sus coterráneos. A Rivera lo sacaron del Huila a sotanazos, como bien lo escuchó Di Marco; porque rechazó la Pedagogía Católica emanada del Vaticano y pregonada por Martín Restrepo Mejía, a principios del siglo XX, en discursos pronunciados en el seno de las élites locales y en la Escuela Normal, mientras ocupaba el cargo de Inspector de Educación. No era gratuito ver en el recinto a un Di Marco, admirador de la obra riveriana, en la última silla de la mesa principal, con pose de chimpancé a punto de salir disparado a coger bejucos liberadores del sopor de la noche, o en busca de la mano liberadora de José Eustasio, o de Félix Ramiro, o de Julio César, estos últimos, sus primeras amistades cultivadas en horas, en tierra opita, como lo expresara en sus palabras de gratitud. Espero estar equivocado. Pero su imagen me transportó a cien años atrás, remembrando a un Rivera congojado navegando rio abajo en búsqueda de nuevos horizontes. Iba tras la obra premiada, que de paso, no sé cómo una niña llegó hasta mi silla con ella. ¡Había clasificado! Por su obra valía el aguante de esa noche.
II
Di Marco: no soy crítico literario. Leo los papiros de Clío, y por ese medio me he encontrado con Rivera, con sus discursos y sus mítines, defendiendo fronteras más allá de lo invisible. Pese a mi limitante, permítame emitir las siguientes impresiones en caliente una vez leí su último renglón: Irene y Rafael, sus personajes centrales, son espejos que nos permiten vernos a nosotros mismos al final del trasegar por la vida; son conciencias que nos juzgan implacablemente sobre lo que hicimos y no hicimos en nuestro transcurrir vital; nos muestran lo que van a hacer con nosotros cuando no demos razón ni de nuestra propia identidad; nos recuerdan la lucha no contra la “selva riveriana” que todo lo devoraba, sino contra la nueva selva de cemento que todo lo arrasa, hasta el naufragio de Venecia, la que se ve venir en tiempos de cambio climático. Adriana, su tercer personaje, es la imagen piadosa y hospitalaria que tiende la mano a esos personajes que ya no dan razón de sus máscaras, utilizadas a lo largo de sus vidas, ni de sus propias angustias existenciales al final de sus días. Es el espejo de aquella mano que ha de heredar lo que acumulamos a lo largo de nuestras existencias, a la postre, estorbos para la partida definitiva. Estos personajes circulan en 274 páginas, divididas en capítulos que se dejan leer al ritmo que el lector le imponga, en tanto que la tensión contenida a lo largo de la obra, no da lugar a abandonarla en mitad del camino. La vida de estos personajes transcurre durante la segunda mitad del siglo XX entre Buenos Aires, Argentina, y Venecia, Italia. Por tanto, como lo dejó expresado el jurado: “… es una obra con asiento universal, enraizada en la cultura occidental”. Niña de la noche soporífera: gracias por haberme llevado la obra de Di Marco. Doctor Plazas: su cantaleta por mantener viva la memoria de José Eustasio Rivera será eco sempiterno e incienso exorcizante contra los sotanazos con que desterraron al poeta. ¡Felicitaciones, Di Marco! * Docente Destacadas ‘A Rivera lo sacaron del Huila a sotanazos, como bien lo escuchó Di Marco; porque rechazó la Pedagogía Católica emanada del Vaticano y pregonada por Martín Restrepo Mejía, a principios del siglo XX, en discursos pronunciados en el seno de las élites locales y en la Escuela Normal, mientras ocupaba el cargo de Inspector de Educación’. ‘Para Rivera, ‘La Vorágine’, su novela, y en particular ‘Tierra de Promisión’, su poemario, no nacieron en el Huila; eran hijos de la selva amazónica y de los llanos orientales, lugares donde conoció las atrocidades de la avaricia humana y la exuberancia de la naturaleza’