Dorila Cabrera Tamayo (In Memoriam) Con la frente altiva y la mirada perdida en el recuerdo fresco de los atardeceres de su amada tierra huilense, a la edad de 87 años, y rodeada del amor de sus hijos, entregó el alma al Señor esta distinguida matrona yaguareña Dorila Cabrera Tamayo. Nació un 30 de mayo de 1926, en el hogar conformado por Luis Ángel Cabrera Polanco y Belén Tamayo Galindo, hogar de arraigadas raíces ancestrales, donde se cultivó la esencia del huilense y se forjo el fecundo hato ganadero que ocupaba la atención de los esposos Cabrera Tamayo. Con los destellos de su juventud entrego su corazón y con amor infinito, subió al altar de la iglesia, con Luciano Ramírez Gasca, ciudadano plateño, quien adelantaba la contabilidad en negocios y empresas regionales; actividad que llevaría a la pareja, por Neiva, La Plata y Garzón y Chaparral, en el Tolima, para radicarse en Bogotá y continuar con la educación universitaria de sus hijos, gratificado esfuerzo que doto a la familia de brillantes profesionales en varias disciplinas del saber. Fruto de esta unión enmarcada en el respeto, las sanas costumbres, la amorosa dedicación materna y la férrea disciplina paterna, se consolido una prolija descendencia que con orgullo huilense se posiciona en diversas latitudes, de este hogar ejemplar nacieron: Orlando, Hilda, Fabio, Mercedes, Hernán, Jairo, Edith, Martha, Alberto, Marco, Judith, María Eugenia, Nelly, Elsa Cristina, Luz Myriam, Doris y Blanca Stella Ramírez Cabrera. Dorila fue manantial de cariño, apoyo y comprensión; madre inigualable, las manos siempre abiertas, el consejo oportuno, su voz y su presencia fueron faro y guía de esta ejemplar familia, en su seno se conservó el calor de hogar y la memoria de “mi negro”, como llamaba a su amado Luciano, con quien el destino reunió en la insalvable cita de los tiempos. Con el paso de los años, paso a ser la abuela consentidora y consejera sinigual de 38 nietos, y la voluntad de Dios la conservo para que extendiera su inagotable fuente de amor a 25 bisnietos, que acariciaba con la ternura de los años surcando su rostro, pero con un corazón vivo, renovado y feliz, el que conservo hasta su hora final. Mujer virtuosa, amiga sinigual, “madre” como te llamábamos con respeto y cariño, vives en el corazón de quienes compartimos tanto cariño y bondad, y quien así vive, permanecerá por siempre en la suave brisa de los campos del Huila, a los que siempre querías regresar y a los que sin duda regresaras en la fresca mirada de los descendientes de tu digna estirpe.