A todos nos sucede. Hay personas que no le “caen” bien a uno desde que las conocemos. Esto acontece al inicio de estudios, en el trabajo, en una reunión, cuando nos presentan a alguien, hasta con el vecino de residencia inmediato. Ello conduce a que la “relación” se vea alterada con la consiguiente ruptura. Confieso que no me gustó la elección de Joseph Ratzinger como Sumo Pontífice. Igual fue con la de Hugo Chávez Frías como presidente de Venezuela. Me pareció que por la proximidad de Benedicto XVI con Juan Pablo II, la aprovechó para su unción papal. Al conocerse la pasividad como manejó los casos de pedofilia en el clero (A propósito, escasamente soslayados por S.S. Karol Wojtyla), y después los escándalos de distinto orden en la órbita vaticana, que probablemente también contribuyó a su abdicación, aumentó mi indiferencia. Todo lo contrario experimento ahora con la llegada al Trono de Pedro de Jorge Mario Bergoglio. Más que por el “paisanaje” que nos une como suramericanos – tan distante de la característica arrogancia de los argentinos-, me ha impactado su caridad cristiana, el mensaje permanente de humildad, que desde su asomo ante el mundo como Francisco, no solo expresado con sus palabras, sino con sus actos, ¡que no son populistas como en nuestro medio! De ahí el regocijo en todas las latitudes del planeta, tan convulsionado por la corrupción y las guerras. El Todopoderoso lo habrá de dotar de fortaleza, lucidez, sabiduría y tiempo suficiente para que sus dictados sean puestos en práctica por toda la humanidad. “Quiero una Iglesia pobre para los pobres”. Mensaje más claro, imposible. Y no solo para las jerarquías católicas, si no para los encargados de la conducción de los pueblos. Entiendan que esto tiene que cambiar. Que por el solo hecho de ser hijos de Dios, debemos ser tratados todos con igualdad. La otra confesión es que desde que se iniciaron los diálogos para acordar la paz entre el Gobierno y las Farc en La Habana, clamo fervorosamente al Señor diariamente que para que ello realmente se logre, tiene que empezar por nuestros hogares. Que lo que está ocurriendo en Cuba sea reforzado por la clase política en general y los grandes empresarios de consuno con las clases trabajadoras. Que en lugar de matarnos entre nosotros, nos unamos de verdad para combatir la miseria, producto de la desigualdad y la injusticia, que son los generadores de la violencia. Estoy contento y veo que así estamos todos. ¡Santo Pacho bendito!