Editorial – Colmenares show

En un país que sigue conservando la horrorosa cifra promedio de 15 mil casos anuales de homicidios, la inmensa mayoría ni siquiera relacionados En un país que sigue conservando la horrorosa cifra promedio de 15 mil casos anuales de homicidios, la inmensa mayoría ni siquiera relacionados con el conflicto armado interno, algunos casos con niveles de sevicia y sadismo inconcebibles en el siglo XXI, un desprevenido observador externo se preguntaría asombrado qué es lo que tiene un sumario  de posible asesinato de un joven estudiante universitario en la capital del país para despertar el formidable interés de los medios de comunicación. El proceso por el aparente homicidio del muchacho Luis Andrés Colmenares se ha convertido en el tema de mayor cubrimiento de esta época multimedia, con el más profuso despliegue de cámaras en directo, micrófonos, entrevistas y protagonismo de todos los implicados, en especial los tres compañeros de universidad del occiso. No parece difícil señalar, en apariencia, los elementos que configuran el escenario: un caso de suicidio que parecía enterrado se reabre un año después; implicados estudiantes de una de las universidades más prestigiosas, jóvenes y de apariencia atractiva, de buen nivel social; ocurre en una zona de diversión de estrato alto de la capital del país. Complementan el reparto dos famosos abogados a lado y lado del pleito. Pero ello no debería bastar para que los medios dedicasen tanto tiempo y espacio, considerando que ninguno de los involucrados – difunto y posibles victimarios – tenía o tiene alguna posición pública o reconocimiento por determinada labor social o política, ni el asunto como tal contenga características especialísimas que puedan generar novedosa jurisprudencia o por lo menos descubrimientos forenses. Quedamos entonces frente a un curioso asunto de morbo generalizado, propiciado e inflado por los grandes medios de comunicación bogotanos y seguido, cual reality, minuto a minuto y con todos los detalles, algunos de tal nimiedad que no cabrían normalmente en una nota de un periódico de barrio, pero que en el affaire Colmenares se sobredimensionan a niveles inimaginables. Colombia, sui generis y convulsa como es, genera tantas noticias a diario que sólo podemos darles algún cubrimiento a sólo una porción de ellas; pese a ello Colmenares, Laura, Jessi y Cárdenas ocupan día a día profusos espacios, incluyendo prolongadas emisiones en directo de las soporífera audiencias judiciales. Nadie, sensatamente, podría no exigir que se haga justicia como en cualquier otro caso, pero su resultado final tendrá mínimo o nulo impacto nacional, más allá del escándalo y el ruido alrededor. Bien valdría un serio estudio sociológico de este exagerado nivel de cobertura, convertido ya en show y novelón en el que, incluso, las familias enfrentadas y los grandilocuentes abogados cuentan con jefes de prensa y relacionistas públicos.  El morbo, esa atracción hacia acontecimientos desagradables – como lo define la Real Academia de la Lengua – lastimosamente ha sido y es alimentado por los grandes medios en este tema particular, y las partes no tienen ningún problema en prestarse al espectáculo, entre ellos los mismos padres del fallecido. El país padece agudas, críticas y crónicas problemáticas, muchas completamente invisibilizadas, como para centrar el grueso de la agenda noticiosa en un proceso entre particulares.

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