Lenta e imperceptiblemente, como declamaba don Andrés Bello en su Código Civil, las aguas de la indignación y el rechazo ante el execrable delito del secuestro se han ido alejando para dejar sólo arena de indiferencia Lenta e imperceptiblemente, como declamaba don Andrés Bello en su Código Civil, las aguas de la indignación y el rechazo ante el execrable delito del secuestro se han ido alejando para dejar sólo arena de indiferencia y apatía ante este drama increíble por su maldad. La soledad social y política de los secuestrados, civiles y policías y militares, que aún permanecen en las selvas y montañas no tiene comparación; nada más que el dolor y la esperanza de sus familias les llega de consuelo. Es esta sociedad colombiana un mar de contrastes en el que vamos de la ira por hechos banales y farandulescos a la indolencia ante el crimen y el delito. Pero en este escenario desolador aún quedan voces, almas y espíritus que no desfallecen en la lucha por mantener la memoria de esas indefensas víctimas del secuestro. Para honra del Huila, de su tierra, uno de esos solitarios quijotes es el periodista Herbin Hoyos Medina, quien acaba de concluir otra de sus hazañas tras emitir ininterrumpidamente, durante 110 horas, toda clase de mensajes, proclamas y voces de ilusión para los torturados y sus inermes familias. Herbin suele diseñar osadas estrategias de visibilización de este flagelo y sus víctimas, que van desde la cotidianidad de su programa semanal “Las Voces del Secuestro”, pasando por una ruidosa caravana de motos de alto cilindraje que han recorrido desde el sur de Colombia al Vaticano, hasta la maratón radial que concluyó hace dos días en la que logró congregar a 2.610 emisoras, emitir más de 12 mil mensajes de esperanza y replicar millones de veces sus proclamas a través de las redes sociales. La tarea de Herbin no debería ser solitaria ni fruto de su pasión por la libertad apenas. Tendríamos que ser miles de Herbin, millones ojalá, los que diéramos algo de nuestro tiempo y esfuerzos para persistir en la exigencia a los violentos. Pero no, lastimosamente Colombia parece anestesiada por la barbarie; ni siquiera nos asomamos a dar consuelo cuando los vecinos padecen el rigor de una guerra nunca declarada, con tantos actores que muchos pasan luego a ser espectadores de sus antiguos rivales o compañeros de las cruentas batallas. Que más de 2.610 estaciones radiales de todo el mundo se unan porque un colombiano se atrevió a convocarlas, haciendo uso apenas del elemental principio de amistad, es la muestra palpable de que allende las fronteras pareciera haber mucho más sentido humano y de indignación ante el horror del secuestro que el que aún nos queda a los nacidos sobre esta tierra. La maratón de Herbin debería ser una carrera permanente de todos.