El país todo debería estar hoy analizando las razones que llevaron a una jovencita de apenas 14 años de edad a quitarse la vida frente a sus compañeros de colegio El país todo debería estar hoy analizando las razones que llevaron a una jovencita de apenas 14 años de edad a quitarse la vida frente a sus compañeros de colegio, usando un arma de fuego, en Mariquita, Tolima. Tendríamos que estar hoy apesadumbrados, acongojados y conmovidos porque una niña haya decidido auto eliminarse en público, en una especie de rito de venganza contra la sociedad entera y con el único fin de cobrarles por la culpa sus propias desdichas. Y mucho más debería impactarnos los antecedentes del caso de esta menor con elementos que rayan en la insensibilidad absoluta, de tantos que tan poco le dieron a esa vida aún infantil. Era una niña abandonada por sus dos progenitores; el padre que ni siquiera la reconoció como su hija, la madre que debía cargar con otros dejó de apoyarla muy temprano; desde los ocho años cargaba bultos y maletas en la plaza de mercado para comer y comprar sus cuadernos, y luego compartió habitación con una hermana mayor que poco se ocupaba de ella. Incluso se investiga si fu abusada sexualmente o la indujeron a convivir con hombres mayores. Un entorno dramático, crudo y doloroso para una criatura que seguramente poco pudo vivir la niñez normal, si acaso tener una muñeca pero poco o nada del cariño y el calor de hogar, que había curtido su piel a punta de sufrimiento. ¿Y la sociedad y el Estado dónde andaban cuando esta pequeña se jugaba la vida a diario? ¿Puede admitirse que ni siquiera el colegio supiese que no tenía una familia? Este acontecimiento, explotado morbosamente en algunos medios televisivos y redes sociales sin ningún asomo de respeto por los derechos fundamentales de los niños, debería conmovernos. Pero no, ni siquiera hay un corte de cuentas a aquellas instituciones que los colombianos sostenemos para que se ocupen de los más desprotegidos; el Instituto Colombiano de Bienestar Familiar, tan efectivo en ocuparse de multimillonarios contratos o de suscitar absurdas discusiones moralistas, no se deja ver en estos casos ni menos se sabe que haya atendido a esta niña en alguna etapa de su vida. El sistema educativo, que si acaso le abrió unas aulas pero no le aportó un cuaderno ni un lápiz; los parientes y vecinos que se amparan en que era “muy rebelde” para dejarla a merced de verdaderos salvajes que se aprovecharon de su indefensión y necesidades. Se ha dicho muchas veces que, ante casos como éste, la que debería ir al siquiatra es la sociedad colombiana entera, con crónicos síntomas de enfermedad mental que permiten que nuestros niños nazcan y crezcan en el abandono absoluto, expuestos a una horda de insensibles que sólo esperan la menor oportunidad para ponerlos al servicio de sus criminales propósitos. Familia, Estado y sociedad le fallamos con creces a la jovencita de Mariquita, y ella lo padeció tanto que sólo vio el camino de la muerte como la solución.