El homenaje rendido por sus amigos al ex ministro del Interior y de Justicia Fernando Londoño Hoyos, luego del atentado que cobró la vida de dos de sus escoltas El homenaje rendido por sus amigos al ex ministro del Interior y de Justicia Fernando Londoño Hoyos, luego del atentado que cobró la vida de dos de sus escoltas y del que se salvó milagrosamente, terminó por convertirse en la presentación en sociedad de un nuevo partido o movimiento político, al que sus promotores han denominado Puro Centro Democrático, liderado por el ex presidente Álvaro Uribe Vélez y varios de sus más reconocidos alfiles. Pero sobre todo permitió concretar, dogmática y pragmáticamente, la oficial oposición al gobierno del presidente Juan Manuel Santos, un hecho insólito en la historia nacional puesto que se trata de controvertir a quien fue elegido, precisamente, bajo las banderas y el apoyo de todo el uribismo, incluyendo la abierta participación del entonces mandatario Uribe. Si bien siempre se afirma que oxigena y es saludable a la democracia colombiana la aparición y vigencia de nuevos partidos políticos, aledaños a los tradicionales Conservador y Liberal, el surgimiento del Puro Centro Democrático despierta más inquietudes y preocupaciones que expectativas positivas puesto que su origen no es el de la calle, grupos ciudadanos o coyunturas históricas, sino la intención ya evidente de trancar el desarrollo y el camino del Gobierno Nacional en cabeza de Santos, por obra y gracia de las que parecen irreconciliables diferencias. Acudir a rencillas personales, a diferencias de forma y a un momento particular de disgusto no debería ser el motivo para que surgiera un partido político, agregándole la manifiesta finalidad de querer perpetuar la figura del caudillismo y la personalización de ideas y tesis, todas respetables y muchas probadas exitosamente pero no suficientes para configurar filosóficamente el rumbo del país. Santos y Uribe, en su momento y hora, han provocado impactantes resultados a favor de Colombia, cada uno en su particular estilo y forma, y esas diferencias no tendrían que hacernos llegar a los extremos de la diatriba, el insulto, el odio y la lucha pasional. La horrorosa época de La Violencia de los años cincuenta y sesenta, que nació en los directorios políticos bogotanos pero que se materializó y ensangrentó con miles de inocentes campesinos, debería ser una marca indeleble en la memoria nacional como para intentar revivir esos rencores de consecuencias impredecibles y altamente peligrosos. Bienvenidas todas las tendencias políticas, las ideas, el debate, la confrontación ideológica, la discusión y la contienda de partidos, movimientos y grupos, pero todo ello bajo la sombra protectora de la civilidad, la sanidad mental y la mesura. Nada hace más flaco favor a la concordia nacional que la exacerbación de ánimos y las pugnas subidas de tono de los líderes del país. He ahí un reto que tendrán Uribe y sus seguidores si le apuntan a la creación real y formal de su partido Puro Centro Democrático: proponer, plantear y debatir para la construcción de un país que aún tenemos en ciernes, no para chocar, ser talanquera o destruir.