Completamente erradas las Farc al llamar “prisionero de guerra” al periodista francés Roméo Langlois, a quien ayer reconocieron tener Completamente erradas las Farc al llamar “prisionero de guerra” al periodista francés Roméo Langlois, a quien ayer reconocieron tener en su poder pero de cuya liberación nada anticiparon. Ni Roméo es combatiente ni es prisionero ni es corresponsal de guerra ni aquí estamos en un conflicto internacional entre Estados, todo ello si nos atenemos al Convenio III de Ginebra relativo al trato debido a los prisioneros de guerra, de 1949. Baste decir, además, que las Farc nunca han declarado someterse a cualquier tratado convenio que regula los conflictos internos, como lo hace un uno de sus apartados, el artículo 3, el mismo Convenio de Ginebra. Que no se preste a ninguna confusión: en Colombia no se aplican los términos formales de prisionero ni de corresponsal de guerra puesto que éstos atañen exclusivamente a los conflictos de carácter internacional o para aquellos en los que los pueblos luchan contra la dominación colonial, la ocupación extranjera o los regímenes racistas. De tal manera que el caso de Langlois es, sin duda ninguna, el del secuestro de un civil inerme, indefenso, independiente y tomado rehén cuando desempeñaba su tarea periodística. Ahora, si los secuestradores deciden que sí aplican los convenios relativos al Derecho Internacional Humanitario, deberían saber también que esas mismas reglas les prohíben la toma de rehenes. El caso del francés deja igualmente una profunda reflexión en torno al papel casi pasivo a que ha sido sometido el periodismo colombiano frente al conflicto interno. Con contadas excepciones, y bajo las más complicadas precauciones y altos riesgos, el cubrimiento de los combates, la acción de las fuerzas oficiales e irregulares en contienda y la afectación de la población civil en medio del fuego, se circunscribe a comunicados oficiales o panfletos y a una posición ni siquiera de espectador sino a la de casi un correveidile y amanuense de esos intereses en juego. De ahí que cuando se toma la decisión de ir al lugar de los hechos, que es lo que corresponde y toca con nuestra obligación de comunicar sin sesgo, tenga que sacrificarse la independencia y aceptar las restricciones de quien da el “permiso” o facilita la tarea, sea éste el Ejército, la guerrilla en sus zonas de control o los paramilitares o Bacrim. El resultado lamentable está a la vista: un periodista que se sometió a las condiciones del Ejército cae en medio de un combate, es herido y tomado rehén por la contraparte, que lo considera entonces combatiente y lo eleva a prisionero de guerra. No, señores de las Farc: Roméo es periodista, independiente del Ejército, aún si viajaba con ellos pero no iba ni armado ni en posición de combatir nada; no es siquiera miembro del Estado colombiano y su aprehensión se llama secuestro. Lo único que les corresponde es prestarle atención a sus heridas y dejarlo en libertad sin ningún condicionamiento ni discursos o confusiones teóricas. Además porque ya habían anticipado la proscripción del secuestro. Otra miopía, como lo aseguró el Jefe del Estado, que alejaría cualquier posibilidad de diálogos de paz.