Editorial – Tragedia de Isnos

“Fue impresionante y le prometo que no vuelvo a construir mi casa a la orilla de una quebrada “Fue impresionante y le prometo que no vuelvo a construir mi casa a la orilla de una quebrada, esto es espantoso”. La frase es del campesino Rodrigo Ángel Ruiz, en medio del llanto por las pérdidas en su casa en las veredas Villa del Prado y Remolinos, en Isnos, y retrata lo que debería ser la actitud de todos los colombianos para prevenir tragedias pavorosas como la ocurrida el fin de semana en esa región surhuilense. Construir casas a la orilla de quebradas y ríos, pese al saldo de centenares de muertos anuales cuando llegan las fuertes lluvias, no ha dejado de ser una costumbre de quienes se aferran a ese pedazo de tierra pese a las recomendaciones constantes de las autoridades. Adicionalmente se ha escuchado de los mismos afectados que sí hubo llamados de alerta oportunos pero los habitantes, confiados ingenuamente en que nunca les pasaría nada, se quedaron quietos mientras la montaña empezaba a rugir con el estruendo de las aguas transportando rocas. Debiera ser no sólo necesario sino obligatorio, bajo amenaza de arresto, el hecho de que un ciudadano no atienda los llamados de atención de emergencia de las autoridades puesto que con su actitud no sólo pone en riesgo su vida sino también de su familia, y provoca un fenómeno de falsa tranquilidad sobre el resto de los vecinos. Sin embargo en el caso de la tragedia de Isnos, se puso a prueba y a fe que se adelantó una gran tarea por parte del Sistema Nacional para la Gestión del Riesgo, cuyos líderes actuaron de una forma más oportuna y eficaz. Y el mismo organismo ha destacado lo que debería ser la constante en estos casos: la tarea desinteresada, altruista y solidaria de todos los habitantes de la zona, miembros principales de lo que es el propio Sistema Nacional para la Gestión del Riesgo de Desastres, quienes han albergado y ayudado a los vecinos que perdieron sus viviendas. Pero en este caso no se trata sólo de la solidaridad espontánea de los vecinos. Lo que hay que medir es la rapidez de las autoridades para atender a los damnificados. Por lo menos un grupo especial de rescate, apoyado por la Policía y por el Ejército, llegó para buscar a los desaparecidos. Pero los afectados seguían desprotegidos. Y como otras veces, en este caso, no hubo un manejo social de la emergencia para mitigar los efectos directos en las comunidades afectadas. Ni medidas sanitarias para contrarrestar posibles epidemias. Las ayudas llegaron mucho después con la orden perentoria de permanecer en la zona hasta asegurar la atención a los afectados. Ahora, el reto, como es lógico, es la reconstrucción y reparación, otro calvario.

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