De nuevo el hombre del M-19, es el antipersonaje del año. Su liderazgo tóxico sigue produciendo efectos devastadores en nuestra democracia; para desgracia de nuestro sistema político, lo que toca Petro lo vuelve violencia, odio, corrupción y caos.
Desafortunadamente, no hay personaje más nocivo y tóxico para la salud democrática que Gustavo Petro. Además de ser la negación misma de lo que es un gerente público (dada su ineptitud) su consustancial inclinación a la violencia lo ha hecho un verdadero instrumento de guerra que, gracias a la ingenuidad e ignorancia de la gente, ha logrado ocultar su verdadera esencia tras la careta de “la paz”. Vieja y conocida táctica guerrillera en América Latina: con millones de muertos encima, los guerrilleros saben posar como los únicos y exclusivos voceros de la paz. ¡Grotesca mentira!
Su falta de cultura, en general, y de cultura democrática, en particular, ha encajado perfectamente con los bajísimos niveles de educación política con los que cuenta el grueso de los colombianos. Por ello, se amalgaman en una sola entidad política el hombre del M-19 y sus fanáticos y legos seguidores. Entre menos educación tengan los pueblos, más probabilidad de la existencia de politicastros como Petro.
“Psicoanálisis de un resentido” es un clásico de la literatura política colombiana, que bien podría reescribirse, desde la psicología política, para explicar desde ese enfoque de la Ciencia Política, el comportamiento de Petro y sus “barras bravas”. De tal suerte, es fácilmente perceptible que sin el odio, como elemento e instrumento político, el Hombre del M-19 quedaría reducido a su mínima expresión.
En ese sentido, el fracasado proyecto “de cambio” ha sucumbido ante el océano de corrupción en el que naufraga. Petro, por naturaleza, es un ser oscuro de quien nada bueno podría esperarse dado su presente que bien ratifica su pasado. El origen de la corrupción de la Administración por Sobresaltos que amenaza con hacer tránsito a cleptocracia, tiene su origen en la máxima guerrillera de combinar todas las formas de lucha; es decir, “el todo vale”.
Por último, su caótica y disruptiva existencia causada por los múltiples factores que el país ya conoce (y otros que aún desconoce) confirman que su desafortunado paso por la historia es un precio muy alto que el país está pagando por no valorar las instituciones democráticas que hemos construido a lo largo de un poco más de 200 años de vida republicana, con contadas excepciones.
