Se equivocó Marx, la confrontación de las clases sociales no es el motor de la Historia. Ninguna revolución de esclavos contra sus amos, de siervos contra sus aristócratas, de obreros contra sus capitalistas. La Historia, espantosa pasarela de elites decadentes sometidas por elites ascendentes.
Derrotada la democracia elitista ateniense por la dictadura militar espartana, jamás por el pueblo de Atenas. Ni el pueblo romano derrotó a los demócratas; los sometió la elite imperial, los césares. El catolicismo de la alta edad media sucumbió ante una aristocracia poblada de duques, marqueses y reyes. Poco importan las múltiples escaramuzas populares contra elites dominantes, ni los fogosos discursos de sus líderes, no existen posibilidades de sustituirlas libremente.
Solo los poderosos en economía fabrican revoluciones para cambiar modelos económicos, jamás para desarrollar la consciencia humana. Solo ellos fabrican sólidos poderes: militar, cultural. Con el militar, asesinan cuerpos; con el cultural, asesinan almas. “Estáis muertos. Qué extraña manera de estarse muerto.”, nos recuerda César Vallejo.
Corresponde transitar la cultura a consciencia, superar el pantano. Equivocado si el esclavo anhela convertirse en amo; si el plebeyo, en aristócrata; si el pobre, en capitalista. Se encandila con fuegos artificiales, se pierde de sí mismo. Perpetúa la deshumanización. Toca saber vivir para no sucumbir en la existencia.
Lo develó la brillante literatura. Lo ilustró Petronio en “El Satiricón”. Trimalción, uno de sus personajes, de esclavo devino respetable liberto. En las alturas sociales, practicó las excentricidades de los aristócratas, de los Césares. Se convirtió en el Nerón con sus festines, sus extravagancias, sus podredumbres.
No menos distinto, Julián Sorel, personaje de Stendhal en su novela “Rojo y Negro”. Se alejó de su entorno popular, de población secundaria, de posible carpintero, para trepar a la aristocracia. Se inició en el seminario, “negro”; continuó en el ejército, “rojo”, alcanzó la cima. En las alturas, lo sorprendió la catástrofe humana, por arribista olvidó el amor.
Brillante personaje de Scott Fitzgerald. “El gran Gatsby” trepó a través de negocios turbios. Renegó de su pasado, incluyendo su nombre. Armaba fiestas extravagantes en las cuales no participaba. Solo lo transportaba la ostentación del poder, estrategia para reconquistar un viejo amor. Al final, únicamente fracasos, la ostentación era otra mentira de las alturas.
¡Cultura! Poderosa arma de las elites para consolidar su poder alienante. Trastorna multitudes. Las hace sentir a gusto con ilusiones, sentirse iguales a sus depredadores, mientras les asesinan las almas, no los cuerpos. Lo confirmó Marcuse en, El hombre unidimensional: la cultura se convierte en una herramienta para mantener el orden establecido.