El capitalismo industrial (IX)

A mediados del siglo XIX los economistas ingleses Nassau William Senior y John Stuart Mill consideraron que la teoría clásica no era satisfactoria porque favorecía las tesis de los socialistas.  En su reemplazo concibieron una teoría psicológica del capital basada en una investigación sistemática de los motivos de la moderación o abstinencia.
 
Nassau William Senior (1790–1864) eliminó las excepciones de David Ricardo a la teoría del valor como producto del trabajo. Rechazó así la idea según la cual el trabajo incorporado en una mercancía era la fuente y medida de su valor.  A partir de aquí definió el costo de producción, que admitía la productividad del capital, como constituido por el trabajo de los obreros y la “abstinencia” de los capitalistas.
 
La abstinencia halla su expresión en la conducta de un hombre que opta por no utilizar recursos disponibles de manera improductiva o, intencionalmente, elige la producción de los resultados remotos a los inmediatos. Esto implica un criterio de valor acerca de los sacrificios realizados por el capitalista al decidir posponer el consumo de la riqueza.   De aquí se siguió la incorporación del punto de vista de la utilidad con el fin de evitar los conceptos de “costo real” y “excedente”, pues con relación a ellos cobraba sentido la Teoría del valor–trabajo. 
 
Como comenta Erick Roll, “Puede verse en este cambio un reflejo del grado más avanzado de desarrollo del capitalismo industrial. El principal factor no es ya la hostilidad de los terratenientes…El efecto de las nuevas doctrinas fue hacer del capital una fuente de ingresos tan legítima como el trabajo; y cualesquiera que sean las atenciones que la “abstinencia” de Senior haya sufrido en manos de los economistas posteriores, evidentemente quería que la palabra tuviese cierto sentido moral. Al aceptarse esta teoría, el debate pasó del terreno del antagonismo de clase al de la justicia. El problema consistía ahora en determinar las proporciones justas en que el producto de la industria debía repartirse en ganancias y salarios. El monopolio y la explotación evitable, más bien que el sistema como tal, se convirtieron en los objetivos que la clase trabajadora podía atacar con justicia. En esta situación puede verse, por una parte, la nueva posición del capitalista y del obrero (y de sus intereses antagónicos); y por la otra, una generalización mayor de la teoría misma, cuyo pleno florecimiento tuvo lugar unos decenios más tarde.” [1]
 
La obra de John Stuart Mill (1806-1873), filósofo y economista británico, causó gran impacto en el pensamiento inglés no sólo en Filosofía y Economía, sino también en las áreas de Ciencia política, Lógica y Ética.  Mill representa, más que ningún economista inglés, el momento en que alcanzó su punto más alto el capitalismo competitivo acompañado por la preeminencia británica en los mercados mundiales. Se debe comprender su obra en el marco del enfrentamiento gradual con el socialismo.
 
Aunque no abandonó nunca la teoría utilitarista de la armonía, ni la creencia en la superioridad del capitalismo competitivo sobre otros sistemas económicos, se mostró dispuesto a tomar en cuenta y defender la reforma de las instituciones así esto implicara la intervención del gobierno en los intereses privados, a pesar de ser él mismo escéptico en cuanto a tal intervención. 
 
Sin embargo pensaba que el gobierno, además de cumplir su función de gendarme, podía hacer mucho para mejorar el bienestar material de la población y conseguir el desarrollo pleno de las facultades esenciales a su existencia moral.  Esto señala el vigor creciente  adquirido por la clase trabajadora y el desarrollo económico que permitía al Estado hacer estas concesiones.
 
En lo relativo a las teorías del valor y la producción acogió sin mayores cambios la teoría de Senior, aceptando la utilidad como límite superior del valor. 
 
Y sobre el futuro postuló que el aumento de la riqueza alcanzaría en un momento dado un límite, por lo cual la sociedad llegaría a un estado estacionario. Los progresos técnicos, la Ley ricardiana de los Rendimientos Decrecientes, la acumulación de capital y la acción de la competencia se conjugarían para producir la disminución de las ganancias y el alza de las rentas, y, controlando el crecimiento de la población, se llegaría a una mejora de la situación de la clase obrera. 
 
En ese estado estacionario, según Mill, se lograría un equilibrio en el cual la riqueza estaría repartida con más igualdad sobre la base de la austeridad individual y de la legislación. En realidad lo que aquí hace es admitir la existencia de contradicciones de clase en la sociedad burguesa, mirar al sistema representativo como medio para suavizar tales contradicciones y establecer un “equilibrio” en los intereses contradictorios. 
 
 

[1] Roll, Eric. Historia de las Doctrinas Económicas. Madrid, FCE, 1996, p. 344.

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